yo soy yo.
y mi circunstancia?
yo soy YO.
No necesariamente malo, no necesariamente bueno… la noche acentúa si cabe los aspectos más íntimos, guardados con recelo muy cerca de nuestra esencia.
yo soy yo.
y mi circunstancia?
yo soy YO.
Me gustaría ver los límites de todo. Saber donde conviene callarme. Intuir cuando voy a empezar a notar el sabor cobrizo de la sangre.
El momento exacto en el que te van a saltar las lágrimas. Un segundo antes de que dejemos de hablarnos para siempre. ¿ Sería posible ? ¿ Podria evitarse ?
Basamos nuestra vida en la premisa de que el instane siguiente todo seguira igual. Y así nos lo parece. Y así nos va, en consecuencia.
Me gustaría ver el sentido de las cosas. Y lo qe cambiaría si dejara de hacer esto o aquello. Me gustaría acabar, en definitiva, con el significado de “cronológico”. Y anticiparme a mis propios errores. Para cometerlos apropósito. Al darme cuenta de que son inevitables.
Me agarro a un clavo ardiendo.
Creo que la vida hace que las cosas dificiles, a su vez, sean las que más merecen la pena.
Creo que no soy quien para desperdiciar esto.
Creo muchas cosas.
Creo que mañana será otro día.
Creo que mañana podré formular de nuevo la frase anterior.
Creo que lejos, no lo es tanto.
Creo que cerca puede ser lejos.
Creo en aprovechar las oportunidades.
Creo que solo tenemos una oportunidad de pasar por esto mundo.
Creo que somos efímeros.
Creo que nos preocupamos demasiado por todo.
Creo que las cosas por las que no te preocupas, mueren.
Creo que es mejor no hacer como que no pasa nada.
Creo que lo anterior es aplicable a muchas cosas.
Creo que necesito vacaciones, y acabo de volver.
Creo que no moriré de extrema vejez.
Creo que me duele la pierna desde hace años.
Creo que otorgamos a las cosas un grado de complejidad sólo porque siempre cunde el pánico.
Creo que adelantarse a los acontecimientos, es vivir al límite.
Creo que mañana voy a beber hasta caer.
Creo que el viernes voy a beber hasta caer.
Creo que el sabado voy a beber hasta caer.
Creo que el domingo me daré cuenta de que los 3 días anteriores han sido una absoluta pérdida de tiempo.
Creo que ya basta de creer tanto.
Creo que ya es hora de empezar a ver.
Esos momentos en los que el riesgo asumido parece ser, aunque no queramos, infinitamente mayor que el que una persona cuerda hubiera corrido. Pero bueno, todo va y viene. Y esas cosas.
Sabía que ayer a la noche, en un evidente estado de embriaguez y tras mandarte un mensaje compuesto por pura sinceridad, escribí algo en el movil con la intención de escribir sobre ello hoy aquí. La verdad es que imagino que en ese momento, la idea me seducía enormemente, pero ahora me veo como muchas otras veces, sin tener la menor idea de sobre qué estamos hablando:
“cuando el guión pide amor”
Así de concentrada la frase, así de carente de significado para alguien que ya no está rebatiendo el oleaje de incesante nicotina y etanol de dudosa calidad. Creo recordar que como de costumbre, miraba mucho a la gente de alrededor. Directamente a sus ojos. Y empezaba a verles. Y me dí cuenta de muchas cosas ( como de costumbre ), y como de costumbre también, no servirá para demasiado.
La cosa dejó de tener gracia cuando asumí el control de la música del bar, y sólo con pensar un grupo, lo ponían. Cuando siempre se hace lo que esperas, cansa.
Pasaré por alto el hecho de que nos estuvieramos preguntando un buen rato si ya nos habría robado la ropa, sita en la otra punta del bar, o qué coño haces con un poster de the Who a las tantas un viernes. Cosas que la verdad, no tenían mucha importancia.
El guión exige amor. Tenía la intención de mirar la hora en la que escribí esa frase, para, más o menos, intentar recordar en que fase de la noche me encontraba, pero no aparece ese tipo de información. Y qué más da.
De todas formas el maldito vaivén anímico que padecía, empuja la situación a un punto en el que puede que lo que escribiera, no era lo que pensaba, ni lo que decía.
( Mono implosiona )
Solo se me ocurre decir para acabar torpe y atolondradamente, que las luces de los bares rompen sueños al encenderse, y que siempre nos perdemos algo. Y que yo no diré que no. Porque no pensaré mal, o no daré pie a ello. Porque no tengo miedo. Y tu, pues demostraste que sí. Eso nos diferencia completamente.
Ciertamente la tristeza de las personas a las que quiero de verdad, a mis Hermanos y Hermanas, nubla por completo mi felicidad.
Por eso cuando me arrancaste directamente del alma una sonrisa, en ese momento, yo sonreí. Pero poco después decidi que mejor guardarla de nuevo en su oscuro reducto de magia oculta, para que desperdiciarla y generar envidias egoístas cuando eso no es lo que busco para nada.
Me resulta ciertamente gracioso vernos tropezar a todos en las mismas piedras una y otra vez, y me imagino un bucle sin fin con música programada en 8 bits en el que un personaje sonriente muerde el polvo cíclicamente enganchándose siempre en el mismo problema.
Gracioso, y repulsivo, y cruel.
Pero ciertamente somos seres humanos, y en consecuencia, no sabemos usar el cerebor correctamente. Olvidamos con facilidad, y confiamos con alegría, despreocupadamente. Y confiamos. Y confiamos. Y confiamos…
Tengo miedo a aplicarme el cuento, porque se, que más sabe el diablo por viejo que por diablo, y porque sé, que los borrachos nunca mienten. Y porque lo he vivido, y Ellos, y no ha sido fácil. En absoluto.
No me quedo más tranquilo, la verdad, por mucho que escriba aqui. Cambiar no es siempre algo que elegimos. Elegir no es algo que podamos hacer siempre. No siempre podemos hacer algo por Esto.
Pero noche tras noche, me iré a dormir conmigo mismo otra vez más. Puede que si me pueda ayudar un poco.
Con suavidad…
Abro la mochila lentamente, meto la mano, sé donde buscar. Cojo el estuche. Lo poso en la mesa. Tiro de la cremallera. Ante mi en una erecta maraña de palitos de madera se entremezclan los lápices y rotuladores. Me tomo mi tiempo. Cojo uno fino, lo abro lo huelo. Huele bien. Leo las indicaciones: Staedtler Permanent. Lo cierro.
Demasiado carente de emotividad para lo que albergan mis manos.
Lo devuelvo al estuche. Cojo el siguiente. Medio. Esto valdrá.
Lo abro, lo huelo. Cojo 5 folios de blanco nuclear impoluto, vírgen, perfecto. Pronto dejará de serlo. Dejo la tapa a un lado, y poso la punta suavemente cerca de una de las esquinas del primer folio. Y espero. Poco a poco oigo la tinta fluir desde el tubo al papel, trazando progresivamente un círculo húmedo, emanando lentamente vapores con sabor a etanol que trago a bocanadas, inconsciente, absorto en mi tarea de ahogar el papel.
Levanto el rotulador. Si te fijas bien, la mancha crece todavía un poco más antes de ceder ante la absorción del papel. Miro la punta. Y empiezo a trazar. Letras, círculos, espirales. Escritura libre. Trazos firmes y desvinculados entre sí. El significado ya se lo buscaría más tarde, si procedía. A medida que mi mano se mueve, noto como se suelta, paulatinamente, cada vez más, intentando imitar los hilos de humo blanco inquieto que desprende el cenicero sobre todos esos libros sobre gente curiosa, escritor por gente curiosa.
La pequeña humareda cesa por una fración de segundo de fluir, y de golpe, recobra fuerza y empieza a temblar. Mi mano la sigue. Más, más, más… Llega un punto en que me descubro haciendo mucha fuerza sobre el papel. Aprieto. Me sale un ruido ahogado de algún lado de la garganta.
Las finas y depuradas lineas del principio no quedan más que en el recuerdo, o en su defecto en una primera capa ya oculta tras los rayones de pura rabia que encharcan ahora el papel, llegando a atravesar todos los folios. La punta se hunde y desaparece aterrada por la impotencia que le transmite la mano que blande el rotulador. Lo suelto. No me molesto en taparlo. Ya no sale humo del cenicero. Enciendo un cigarro. Lo dejo en el cenicero, no me apetece fumar realmente.
Cierro el estuche. Cojo las hojas, las meto de cualquier manera en la mochila. Ya vale por hoy.
En ocasiones, me da por pensa qué pasaría si de improviso reaccionara de la forma más inesperada posible. Un impulso. Violentarme repentínamente y rasgar la estabilidad del ambiente de arriba a abajo. Y observar la reacción de la gente.
Lo que hay que hacer.
Lo que se debe hacer.
Me despliego al plano paralelo de mi imaginación. Me desdoblo. Tomo el control. Tengo el control. En el mundo real me quedo absorto mirando a la nada. Doy una vuelta, doy dos…
Pierdo el control por completo. Un engaño, en realidad, nunca lo tuve, y estaba a merced de mis sentimientos. No había nada que pudiera hacer. Algo me manejaba con habilidad, destreza, un sutil marionetista tira de los hilos adecuados. Me dice lo que quiero escuchar. Me arrastra a donde quiero ir.
Y de nuevo me doy cuenta de que no puedo elegir a donde ir. Mis impulsos más primarios afloran y marcan el ritmo a seguir. Hasta que ya no aguanto más. Quiero volver. Se empiezan a caer cosas a mi alrededor. Fotos viejas. Ceniceros repletos. Copas de cava que indican celebración. Me arrastro, lucho, tiro, fuerzo, grito. ¡ Grito !.
Y como tras una momentánea hipoxia cerebral, vuelvo a mi. Recobro lentamente los sentidos. La vista. El oído. Y despierto como en las películas. Alguien me ha preguntado algo. “Si, si”. Respondo. No sé ni a qué, pero necesito tiempo para recobrarme.
Me prometo que más tarde pensaré en esto.
Y no lo hago.
Otra vez.
Me da un poco de lástima, pero en fin, no estamos aquí para andar con remilgos ni con permisiones intolerables. Yo soy como soy y tú sabes como soy. Y sabes que así no.
Realmente… te confesaré algo. Yo me he sentido como tú. He hecho lo mismo que tu. Querer tanto a alguien que llegue a odiarla porque no entendía, como era posible demostrar a alguien tan abrumadora ola de sentimientos, de colmar de bendiciones, de me enfado pero me jodo… y no recibir Nada a cambio. Por eso te entiendo. Perfectamente. En la forma, y en todo este tiempo que la cosa sigue igual.
Pero, repito. Me conoces. Pero por lo visto, tras tanto tiempo, me sorprendo tecleando – ¡ mira ! – igual resulta que no me llegaste a ver del todo. Igual resulta que mañana te das cuenta de cosas y dices: joder, como fuí tan estúpido… y te ríes. Y en un futuro… todo es posible en un futuro, porque jugamos con nuestras oportunidades de elección para orientarlo hacia lo que nos gustaría. Pero ¿ esto ? No hombre no… miedo me da que hables, que me hundas en la más honda miseria para luego llegar a casa y ponerte a llorar. Y lo se, amigo, porque yo también he llorado sobre las barbaridades que hacía unos momentos acababa de vomitar sobre hojas de papel en blanco destrozando rotuladores Edding de color negro permanente.
Así que… intenta verlo del modo que mejor te haga sentir… pero a mi, no me metas. Muchas veces, aunque pidamos ayuda o colaboración… solo nos podemos ayudar a nosotros mismos. Y todo lo demás es un simple escaqueo de la dieta o del tratamiento, para meternos una dosis de droga a escondidas, y prepararnos mientras dure el efecto para el consecuente bajón.
Tanto amor desperdigado por el suelo…
Más allá del dolor físico, está el dolor causado por circunstancias intangibles.
El que, si no duele mediante punzadas e hinchazones, lo hace como un cancer imaginario, extendiendose cada vez más por nuestra resistencia psíquica, hasta que nos doblegamos ante su sentimiento de pérdida de Todo.
La naturaleza, la evolución, nos otorgó el arma de doble filo que es nuestra capacidad para pensar. Algunos alegremente la cogimos por el lado de la hoja, y ahora pagamos las consecencias en forma de continua flagelación mental. No por nuestra debilidad, ni mucho menos, si no por nuestra persistente manía de no fallar, de no errar.
“La vida siempre se ceba más con unos pocos, y otros nunca se dan la ostia”
La vida es cálculo, la vida es pensar. Así que si me lo permiten, agarrare el Arma de mi conciencia con ambas manos, ya sea por el filo o por la empuñadura, y seguiré en mis trece con lo que pienso, actuando en consecuencia.
Una cosa es clara: Hace tiempo que vi que sólo hay una oportunidad. Una ocasión. Andarse con remilgos y con cobardías, no es mi ideal de vida plena. El eterno que pasaría si, no tiene cabida. Aunque muchas veces haya tenido que ser así… cuantas menos mejor.
Espero que se entienda en el momento que se tenga que entender.