_Bombón (Café 5 de 5)

-Es genial que podamos estar todos aquí ahora, compartiendo nuestra pasión, nuestro camino.

Su sonrisa casi me convence. Pero no.

– Esta semana damos la bienvenida a Steward. Steward, ¿te importaría contarnos algo sobre tí?

-Bueno, hola. Pues me llamo Steward, como bien ha dicho Cornelius, Steward Forrester. Soy productor de televisión.

La reacción cuando digo a qué me dedico siempre es la misma. Murmullos, sonrisas de aprobación. Es como tirar una bomba de feromonas. Todo el mundo siente la necesidad de preguntar algo, cómo hacéis esto, en qué programas has trabajado, es verdad que te hace más gordo la tele, me dejas comerte la polla. Mierdas.

La tarde transcurre increíblemente lenta. Intento, esforzándome lo más posible, entender cual es el problema de cada una de estas personas. Cómo han llegado a basar sus vidas en una minucia para poder ser así siempre las víctimas y que sea legítimo escudarse en una mentira. Una mentira que cambia según convenga.

El capitalismo negociando ya con ideas y creencias.

-¿Puedo comerle la polla?

-No, no puede

Inventarse conversaciones siempre es divertido.

Observo con tristeza sus pobres argumentos, su ciega fe en algo que ya no pueden ni corroborar, ni comprobar. Algo que ya ni les afecta, pero que fue, seguramente, lo que los llevó a necesitar creer en algo para seguir adelante. Y aquí estamos.

Recuerdo mi misión, y me relajo un poco.

Había un tipo de unos 30 y bastantes, inquieto. Era uno de estos rednecks sureños que se acuesta con sus primas en el granero. No paraba de balancearse hacia delante y hacia atrás en su silla. Puto loco, me estaba acojonando. Con la mirada perdida, y unos mechones de pelo liso cayéndole, grasientos, sobre la frente. Su peto vaquero de John Deere, sucio de tierra y de grasa de automoción.

-Ben.

Mirada vacía.

-Ben, ¿no quieres contarnos cómo ha ido tu semana?

-No.

-¿Por qué?

-Porque no.

Qué tenemos aquí. El tipo inquieto no es de muchas palabras. Hay un silencio incómodo, en el cual Cornelius deja entrever que no le gusta que las cosas se salgan así de madre. Es mucho más gratificante cuando la puta morsa de mediana edad estándar americana cuenta cómo le ha ayudado Dios en su vida, y cómo ha entendido al fin que las cosas malas son pruebas de fe, tentaciones de el Diablo, y que había que ser fuerte en la fe. Yo solía pensar que las cosas malas, eran una especie de test para ver si te merecías las cosas buenas que iban a acarrear estas. Después ya me di cuenta de que las cosas malas pasan, y aunque te comportes en ellas como si fueses el mismo Dios entre los hombres, después habrá mierda y más mierda. Y a veces cosas buenas. Pero la mierda las sepultará pronto, así que nadie puede garantizare que llegues a verlas del todo.

La gorda estaba arrancada, y había aprovechado el silencio de Ben para darle a la lengua. Me cago en la leche. No callaba, no paraba de soltar mierda. ¿Habéis visto ‘Jesus Camp’? La gorda de las gafas que da “misa” a los críos. Igual, sólo que esta era retrasada mental, y la otra se estaba forrando a costa de esos primos. Vamos, como Cornelius, más o menos.

-Gracias Martha. Quiero que sepas que tanto el resto de tus hermanos como yo estamos contigo en el camino.

-Gracias Cornelius, ¡Amén!

-¡Amén!

-Él sabía que esto ocurriría.

-¿Ben? ¿Decías algo?

– El lo SABIA. Lo sabía.

-¿Quién sabía qué?

-Él. Lo sabía.

Fantástico. Premio Nobel de literatura.

-Ben, no…

– Le avisé de que algo así pasaría. Nunca debieron entrar en el granero, ¡Nunca!

-No entiendo…

– Les dije a esos hijos de puta que no me molestaran, pero no quisieron escucharme. NO QUISIERON ESCUCHARME. ¡Y MIRA AHORA!

El jodido psicópata se había levantado, y con un rápido gesto, rebuscó bajo su peto y levantó el brazo esgrimiendo una pistola Beretta de 9 milímetros.

Genial. La gente empezó a soltar OhDiosMíos y algunos se tiraron al suelo, en una patética demostración de lo mucho que querían la vida que tanto odiaban. Resulta que al fin y al cabo Dios no tiene nada que ver en la muerte de uno.

-Ben, por amor de Dios. No se de qué hablas. Dejemos que los hermanos salgan fuera y cuéntame lo que ocurre, lo solucionaremos.

El problema, es la jodida dependencia. Siempre lo ha sido. Déjale sólo en el puto desierto y verás cómo no ocurre nada. Eso sí, llévalo de la mano, y se jodió.

Total, que para qué enrrollarme en este tema. No me apetece describir cómo fué todo, así que diré que el loco este mató al reverendo, a la gorda, y a dos hermanos gemelos que competían entre ellos por ser más fanático que el otro. Después, saco el cargador de la pistola, sacó todas las balas, lo cargó con una bala sucia, muy vieja, amartilló y se pegó un tiro un poco más atrás de la barbilla, hacia el cerebro, salpicando toda la parte trasera de la sala con sangre y sesos.

No me moví de mi silla en todo ese tiempo.

Media hora después, unos 30 policías se estorbaban unos a otros. Mientras unos tomaban fotos alternativamente a las tetas de las reporteras de la televisión y a los cadáveres, otros hablaron con nosotros para reconstruir los hechos. Me pregunto yo qué cojones hay que reconstruír en un delito en el cual el culpable se aplica a sí mismo la ley de Talión. Perdone, pero es que no tiene usted nada que hacer aquí ya. De todas formas, si por deporte quiere hacerles a estas personas revivir el momento unas cuantas veces, no se corte.

Estaba yo junto a la mesita del café, mezclando los ingredientes. Se me acercó un crío de unos 22 o 23 años. Fantástico, han mandado a la caballería pesada a tomar declaración.

-Buenas tardes.

-Hola.

No le miro.

– Tendrá usted que contestar a unas preguntas antes de marcharse, señor…

– Forrester.

– ¿Puedo tutearle?

– No, no puedes.

– Ya, bueno. ¿Desde hace cuanto tiempo venía a las reuniones?

– Aproximadamente… hoy. Era mi primer día aquí.

-Wow, vaya. Ha debido pasarlo usted mal. Lo siento.

-No lo crea. No lo sienta.

– Ya, bueno. ¿Había notado algún comportamiento extraño en el individuo?

– Que tengas un cuestionario estándar no significa que tengas que ignorar lo que te digo. No le conocía de nada. No había estado antes aquí.

-Cierto, disculpe. ¿Puedo preguntarle que le mueve a venir a estas reuniones?

Miro mis manos, y sonrío. Levanto la cabeza, y olor se hace más nítido. Noto el calor. Casi percibo la dulzura. Y el amargor. Todo. La cremosidad de la textura. El bouquet asqueroso que se le queda a uno.

– Por el café, hijo. Yo vengo por el café.

_Con leche (Café 4 de 5)

El mejor bar de sushi de Tokyo es un tenderete en un callejón oscuro, junto a un pequeño parque. En el parque hay un templo pequeñito, con un gran cascabel colgando de la tejabana frente a la puerta principal. También tiene una fuente ritual. 

Apenas se puede diferenciar qué es el bar  y qué es la calle. Una cortinilla que reza algo en kanjis que no puedo entender (como si pudiera entender alguno), es lo único que te sitúa en posición de pedir comida. Te he preguntado hace ni cinco minutos lo que significaba el letrero ondeante, pero me perdí en tus ojos otra vez y no recuerdo con claridad lo que dijiste. 

Estamos aturdidos por el sake, y empezamos a contarnos historias de cuando estuvimos a punto de morir siendo unos críos. Después yo te digo que el café japonés es una vergüenza, que lo suyo es el té. Esto te lo digo mientras intento parecer sobrio entre todos esos trabajadores impasibles, borrachos como cubas, inmóviles, en silencio. Sin éxito. Pero tú hace un rato que estás cantando canciones de tu infancia, y entonces tu genialidad me vuelve a atrapar y te miro fijamente mientras haces tu actuación estelar. 

El cocinero te mira y asiente con admiración. Los japoneses del bar, miran de reojo. Piensan que quizá me ofenda si les pillo mirándote con descaro. Pero es que yo mismo estoy demasiado ocupado siendo un descarado que te mira. 

Al de un rato noto como te alejas un poco, y no lo entiendo. Pero en seguida estamos en mi coche, sobrios de tanto besarnos, sudando de tanto querernos, y te veo cerca, te noto cerca, y te quiero aquí mismo. Y en ese momento, sé que todo va a ir bien en los bares de Tokyo. Y me acuerdo de Estocolmo, y también de Manila, aunque esto último es raro, porque no recuerdo haber estado.

Donde sí recuerdo haber estado es en tu casa, así que te acerco, y te despides sonriendo, y cuando tú sonríes, yo hay veces que pienso que la sonrisas que me provocas me van a desgarrar las mejillas. Pero nunca, nunca tengo suficiente.

Y ya después, en mi casa, aparco y un repartidor a punto está de embestir mi coche, pero me esquiva, y le pito y me pita. Jodido cabrón, cómo tienes tantos huevos. Luego me calmo enseguida porque me imagino que me tocas el hombro y me haces “shu, shu”, y sale el sol a las 23:34.

Y pese a los repartidores, me siento muy seguro, porque en Japón parecen haber ajusticiado a todos los católicos, por mentirosos, y cuesta ver una cara larga, o al menos preocupada.

Y una cruz, ni te digo.

_Cortado (Café 3 de 5)

Cristina alberga mareo y dolor en el espacio hueco que se encuentra entre sus pendientes de perlas blancas gigantescos. Ayer bebió demasiados licores de frutas, y estar con la regla no ayuda demasiado a metabolizar el alcohol. 

Cristina tiene 15 años, y es una de esas niñas de las Nuevas Juventudes que huelen a frutas. Coco, fresa, melón. Oler a una fruta es la cúspide del buen gusto para Cristina. Y para todas sus amigas. Pero ahora no está con las amigas del colegio, sino en las Islas. 

Aquí el resto de chicas del grupo de amigos, no huelen a fruta ya. Huelen a lascivia, o a seriedad absoluta, o a largas tardes de compras por tiendas caras. Pero no a frutas. Huelen a un futuro que no quieren ofrecer realmente a todo aquel con el que follan. 

Y han quedado para tomar algo a media tarde, ya que mañana, algunas de ellas tienen que volver. Así que han ido a un lounge bar, de estos que tan de moda están últimamente, para tomar un café. 

Cristina no ha bebido nunca café. Piensa que pedirá otra cosa. En Madrid todas sus amigas piden siempre Coca Cola Light, o Nestea. Por eso piensa: “pediré otra cosa”. 

El camarero se acerca, y una de sus amigas le hace un comentario a otra por lo bajo. Ambas se ríen. Después pide un café largo con hielo y sacarina, con leche desnatada. Café con leche desnatada y hielo. Capuccino. Cortado con sacarina. Sólo con Baileys y hielo, con sacarina. 

Le llega su turno. Piensa que si todo el mundo toma café, va a quedar como una cría pidiéndose una estúpida Cola. Así que pide lo que siempre pide su madre:

– Un Irlandés, pero de Bourbon. 

Todas la miran, con matices entre el asombro y quizá algo de veneración. Algunas piensan que es jóven para beber Irlandeses, pero qué demonios, si sabe lo que es se lo merece. Una se rasca el cogote ya que ha bostezado justo cuando Cristina ha pedido y no ha oído nada. 

Sigue el enunciado de cafés. No hay uno igual a otro. Descafeinado de cafetera, que tengo que descansar para mañana. Con leche semi desnatada. Etcétera.

El camarero se va. De nuevo cuchicheos. 

Cristina mira en derredor, mientras se remoza el cabello con esmero, detrás de la nuca. Hay un tipo mirándolas, parece que desde hace un rato. Tiene en las manos unas cuantas hojas manuscritas, y está bebiendo cerveza, directamente de la botella. Ve tras sus gafas una expresión de asco absoluto. Sus amigas estallan en carcajadas histéricas cuando una acaba de hacer un test de la Cosmopólitan, en el que básicamente, el resultado es que es una puta barata sin ambiciones pero con pasta. 

El tipo de las gafas se levanta, recoge sus papeles y un lapiz, mientras sostiene un cigarro con la boca. Apaga el cigarro en el cenicero, apura la cerveza y se va dejando un billete de 5 euros en la mesa, al tiempo que se mimetiza con la oscura pared antes de andar 5 metros siquiera.

Cristina siente un poco de vergüenza ajena por sus amigas. Rápidamente se quita de la cabeza esas tonterías, y comenta a ver si alguna ha visto a ese tío tan raro. Una dice que le suena de vista. El resto se rascan el cogote. 

Llegan las bebidas. 

Esto para usted, esto para usted, esto otro para usted. 

Cristina tiene delante de los morros una copa ancha y bajita, como las de brandy, con un líquido dorado y otro oscuro acabando de mezclarse, y nata montada hasta arriba. No lo recordaba así. Aunque quizá sea la primera vez que ve uno con nata, como debe de ser. 

Empieza el ritual de la mezcla de los edulcorantes con el café. Tintineos tan estridentes como las risas de las mujeres se adueñan del ambiente del local. 

Cristina escruta la copa desde todos los ángulos que puede sin llegar a parecer una completa ignorante. Coge la cucharilla, y remolonea sobre la nata unos segundos, hasta que está completamente impregnada por una fina capa de lácteo. Se la lleva a la boca y piensa: “está buena”.

Repite esta dinámica varias veces hasta que una de las chicas, la cual siempre actúa como una madre, porque es la mayor del grupo (20 años) le espeta: “Cristina, ¡se te va a enfriar!”

– Tienes razón, jaja, estaba pensando en lo que habéis hablado – dijo Cristina rascando la copa con las manos al tiempo que la levantaba hacia sus labios. 

Da un trago largo al café, procurando absorber también algo de nata.

Y todo ocurre muy deprisa.

Lo primero que le pasa por la mente, es una cantidad de asombro lo bastante grande como para que despegue el Columbia y después reviente en pleno vuelo. Después todas las papilas gustativas de su boca se ponen a llorar y se contraen violentamente, pese a que sea demasiado tarde. Después el negro loco de ConAir le tira un Zippo encendido en la garganta, y lo nota bajando lentamente mientras todo a su paso arde. Piensa en Dios, Jesucristo, el Espíritu Santo y en la Resurrección de las Almas. Incluso en la Unción a los Enfermos y en las homilías del Padre Damián. Por último piensa en toda la mierda sobre azucarada que bebió ayer y en el pisto que le ha obligado su abuela a tragarse.

Una oleada de vómito color calabacín con líquido oscuro a veces, amarillo otras, sale disparada de su boca con fuerza suficiente como para llegar hasta el otro lado de la mesa. Enfrente tiene a María, que juega a tenis desde los 2 años, con lo que afortunadamente tiene los reflejos suficientes para esquivar el halo de pota que surca el espacio que las separa. 

Cuando el contenido de su estómago toca el suelo detrás de María, la escena vuelve a la velocidad normal y todo el vómito cae simultáneamente por su propio peso, sobre la mesa y los cafés, sobre los iPhones, sobre los paquetes de Marlboro Light, y sobre el suelo. 

Le hubiera gustado ver eso al tipo de las gafas. Seguro.

_Sólo con hielo (Café 2 de 5)

Trucu trucu trucu trucu trucu trucu trucu…

FLOAAAAAASSHHHHHhh…

El ruido del tren al pasar junto a un muro que crece de forma repentina y absurda junto a la vía, me desvela. Mh, creo que el sueño era bonito, o algo. No ha llegado a caérseme de la mano el vaso de papel. Lo agito un poco, junto al oído. Queda un poco. Doy un sorbo. Repulsivo. El truco está en que no se te enfríe, supongo. O que no se deshagan los hielos. No recuerdo exactamente lo que pedí. 

Miro alrededor, en el azulado vagón. Caras largas, filas de asientos largos, pintadas largas y retorcidas en los extremos como un rizo, egoístas. Recogiendo trozos de ventana y de plástico, sólo para ellos. Ahí fuera amanece, o anochece. Supongo que anochece, por el olor a alcohol del ejecutivo de mi derecha. 

Miro alrededor de nuevo. 

Dos monjas sentadas justo delante. Una de ellas es joven. Comienzo a mirarle lo poco que se le ve de pierna. Tiene uno de sus calcetines grises de novicia un poco bajo, y el hueso del tobillo asoma, profanando las creencias de alguien, supongo. Y también poniéndome cachondo. Tremendamente cachondo. 

Paso a la otra monja. Vieja, decrépita. Sostiene una Bíblia entre las manos. Lo único que veo en esta es una mujer fracasada. 

Me sonríen.

Me entran ganas de levantarme y darles puñetazos en la cara, hasta que caigan inconscientes. Tengo la sensación de que no arrojarían ni un sólo grito si lo hiciera. Pon la otra mejilla, puta. ¡He dicho que la pongas!

Pero ni siquiera me muevo. Para qué. 

Doy otro sorbo a mi café. Madre del Amor Hermoso y del Amparo Bendito. Esta mierda va a hacer que me cague encima antes de llegar a casa. Me pregunto porqué café y no cualquier otra cosa que no desestabilice tu sistema digestivo de forma tan agresiva. Algo tendría que hacer hoy por la noche, supongo, pero la modorra no me deja recordar con claridad. 

Mientras recapitulo, me imagino que soy una persona buena, pero en seguida me doy cuenta que de eso nada. Para empezar, me han dado ganas de apalear a dos inocentes monjas. “Inocentes” es una forma de hablar.

Nada.

Que no me viene a la cabeza con claridad. 

Bajo la mirada y veo un crucifijo colgando sobre mi pecho, y entonces recuerdo que soy cura. Vaya. Cura. 

Cierro los ojos, haciéndome invisible, y gracias a mi experiencia consigo apretarme el cilicio sin mover el pantalón. Noto el perdón del Señor recorrerme el muslo, hasta la rodilla, congelándola en el acto. Suspiro. Recuerdo de nuevo mi misión, entre vibraciones de sienes y movimientos mandibulares involuntarios. 

Las dos monjas han bajado la mirada más allá del suelo cuando vuelvo a abrir los ojos. El ejecutivo se ha quedado dormido, y nadie más ha visto o entendido esto. Yo tampoco, pero tengo la certeza de que está Bien. Este es el camino. 

El tren para entre chirridos, me levanto. Noto hilos de fe bajando por la pantorilla. Gloria. Gloria. Brave is my Jesus. 

Los herejes deben morir.

_Sólo (Café 1 de 5)

-… ” Y al séptimo día, descansó.”

– Menuda patraña. ¿Cómo dices que se llama el libro?

– La Bíblia, creo. 

– ¿De dónde lo has sacado?

– Se lo compré a un tipo durante mis vacaciones. Según me dijo, era el libro más publicado y leído de todos los tiempos por aquellos lares, aunque quién sabe. 

– Ni idea. Primera noticia.

– No, si ya. 

– No sé, es que me parece una memez… y por ningún lado viene el autor ni una crónica ni nada… 

– Bueno, hay partes en las que si vienen los autores.

– ¿Es una especie de recopilación?

– Algo parecido. Pero no creo, más bien tendría mucha imaginación el que lo escribió. Después, no le dio tiempo a firmarlo antes de morir. Pasa continuamente. 

– Desde luego. 

– En fin, han abierto un sitio nuevo, una especie de franquicia retro o algo así. 

– Ah, mira. ¿De qué va la cosa?

– De café. 

-¿Café? Qué cosas más raras haces, tío. Primero me traes el Libro de las Batallitas ese, y ahora me vienes con cosas exóticas. 

– Debía de ser bastante popular hace años en…

– No me digas más, ¿esto también lo has aprendido de vacaciones?

– Pues sí. Tengo en casa un par de kilos que me traje, huele muy bien. 

– Pues nada, vamos a tomar una cosa de esas.

– Es una especie de infusión hecha con semillas quemadas. 

– Eeeh, no sé si paso. 

– Venga, que está bueno, ya verás. 

– En fin, de acuerdo. Pero me toca pilotar a mí.

– Lo que me recuerda que allí nadie pilotaba y…

– A ver, ya vale de despropósitos. Sube.

– Está bien.