_Sombrero de Copa (Parte 1 de X)

Sombrero de Copa entra al edificio dando vueltas a su bastón a medida que avanza, con paso firme. En su ojo derecho, lleva engarzado un monóculo ligeramente empañado por la prisa, con una cadenita hasta un bolsillo de su chaqueta de frac.

Golpea repetidamente el llamador de la recepción.

Ding ding ding ding ding ding ding!!

Un aletargado botones sale de la portería.

-¡Caramba muchacho! ¡Ya era hora!

Bostezo.

-Sí, esto… ¿Qué deseaba el señor?

-El señor deseaba audiencia con el Gobernador.

-El Gobernador no recibe visitas a partir de las 6, señor…

-Sobrero de Copa, Señor Sombrero de Copa.

-Señor Sombrero de Copa- concluyó el jóven, reprimiendo una risita.

-¡Oiga jóven! No estará usted riéndose de mí, ¿verdad?

-Oh, cielos señor de Copa, cómo podría, en absoluto.

-¡Señor Sombrero de Copa!

-¡Señor Sombrero de Copa! – repitió el jóven sonriendo finalmente.

Con un gesto improvisado, directo y de una efectividad total, Sombrero de Copa cambia la situación de quietud del bastón por un movimiento certero, que acierta con su empuñadura en plena boca al jóven botones.

La incomprensión brota a borbotones de las encías del muchacho, mientras se lleva las manos a la boca y se le saltan las lágrimas.

-Por… ¿¡Porqué ha hecho eso!?

-¡Jóven! ¡Ha de aprender usted modales!

Y con un gracioso giro, previo golpe final al llamador metálico – ¡Ding! – comienza a alejarse caminando con el cuello a punto de reventar de orgullo, y el bastón bajo el brazo.

Ni el monóculo se le movió de su sitio mientras enfilaba las escaleras…

_Caffeine reloaded

Hoy he estado lejos, y creo que es la primera vez que viajo en sueños y tardo en llegar casi lo que tardaría en la realidad.

#Bed Tales Nine: Nerja

Estoy lejos pero estoy contigo. Llevo horas postrado en un autobús de mala muerte, con una sudadera tapándome a duras penas el cuerpo. De día el calor es insoportable en las ciudades, pero la noche en la autopista, es gélida. Me estoy helando.

Nerja es increíblemente tranquilo. Seguro que en la realidada es más bonito que tranquilo. Y no como yo me lo he imaginado. Pero eso da igual, porque íbamos a la playa, y se nos olvidaban los teléfonos móviles y decíamos: “da igual”.

El ascensor del bloque era un poco raro porque no tenía puertas y daba directamente a las cocinas de la gente. Esto tampoco importa, porque tú no tienes ascensor. Supongo que me apetecía un ascensor y lo he puesto ahí, como me apetecía estar contigo y me he cogido en pantalón corto un autobús hasta Málaga para verte.

Y otras muchas cosas, que cogeré.

_Bombón (Café 5 de 5)

-Es genial que podamos estar todos aquí ahora, compartiendo nuestra pasión, nuestro camino.

Su sonrisa casi me convence. Pero no.

– Esta semana damos la bienvenida a Steward. Steward, ¿te importaría contarnos algo sobre tí?

-Bueno, hola. Pues me llamo Steward, como bien ha dicho Cornelius, Steward Forrester. Soy productor de televisión.

La reacción cuando digo a qué me dedico siempre es la misma. Murmullos, sonrisas de aprobación. Es como tirar una bomba de feromonas. Todo el mundo siente la necesidad de preguntar algo, cómo hacéis esto, en qué programas has trabajado, es verdad que te hace más gordo la tele, me dejas comerte la polla. Mierdas.

La tarde transcurre increíblemente lenta. Intento, esforzándome lo más posible, entender cual es el problema de cada una de estas personas. Cómo han llegado a basar sus vidas en una minucia para poder ser así siempre las víctimas y que sea legítimo escudarse en una mentira. Una mentira que cambia según convenga.

El capitalismo negociando ya con ideas y creencias.

-¿Puedo comerle la polla?

-No, no puede

Inventarse conversaciones siempre es divertido.

Observo con tristeza sus pobres argumentos, su ciega fe en algo que ya no pueden ni corroborar, ni comprobar. Algo que ya ni les afecta, pero que fue, seguramente, lo que los llevó a necesitar creer en algo para seguir adelante. Y aquí estamos.

Recuerdo mi misión, y me relajo un poco.

Había un tipo de unos 30 y bastantes, inquieto. Era uno de estos rednecks sureños que se acuesta con sus primas en el granero. No paraba de balancearse hacia delante y hacia atrás en su silla. Puto loco, me estaba acojonando. Con la mirada perdida, y unos mechones de pelo liso cayéndole, grasientos, sobre la frente. Su peto vaquero de John Deere, sucio de tierra y de grasa de automoción.

-Ben.

Mirada vacía.

-Ben, ¿no quieres contarnos cómo ha ido tu semana?

-No.

-¿Por qué?

-Porque no.

Qué tenemos aquí. El tipo inquieto no es de muchas palabras. Hay un silencio incómodo, en el cual Cornelius deja entrever que no le gusta que las cosas se salgan así de madre. Es mucho más gratificante cuando la puta morsa de mediana edad estándar americana cuenta cómo le ha ayudado Dios en su vida, y cómo ha entendido al fin que las cosas malas son pruebas de fe, tentaciones de el Diablo, y que había que ser fuerte en la fe. Yo solía pensar que las cosas malas, eran una especie de test para ver si te merecías las cosas buenas que iban a acarrear estas. Después ya me di cuenta de que las cosas malas pasan, y aunque te comportes en ellas como si fueses el mismo Dios entre los hombres, después habrá mierda y más mierda. Y a veces cosas buenas. Pero la mierda las sepultará pronto, así que nadie puede garantizare que llegues a verlas del todo.

La gorda estaba arrancada, y había aprovechado el silencio de Ben para darle a la lengua. Me cago en la leche. No callaba, no paraba de soltar mierda. ¿Habéis visto ‘Jesus Camp’? La gorda de las gafas que da “misa” a los críos. Igual, sólo que esta era retrasada mental, y la otra se estaba forrando a costa de esos primos. Vamos, como Cornelius, más o menos.

-Gracias Martha. Quiero que sepas que tanto el resto de tus hermanos como yo estamos contigo en el camino.

-Gracias Cornelius, ¡Amén!

-¡Amén!

-Él sabía que esto ocurriría.

-¿Ben? ¿Decías algo?

– El lo SABIA. Lo sabía.

-¿Quién sabía qué?

-Él. Lo sabía.

Fantástico. Premio Nobel de literatura.

-Ben, no…

– Le avisé de que algo así pasaría. Nunca debieron entrar en el granero, ¡Nunca!

-No entiendo…

– Les dije a esos hijos de puta que no me molestaran, pero no quisieron escucharme. NO QUISIERON ESCUCHARME. ¡Y MIRA AHORA!

El jodido psicópata se había levantado, y con un rápido gesto, rebuscó bajo su peto y levantó el brazo esgrimiendo una pistola Beretta de 9 milímetros.

Genial. La gente empezó a soltar OhDiosMíos y algunos se tiraron al suelo, en una patética demostración de lo mucho que querían la vida que tanto odiaban. Resulta que al fin y al cabo Dios no tiene nada que ver en la muerte de uno.

-Ben, por amor de Dios. No se de qué hablas. Dejemos que los hermanos salgan fuera y cuéntame lo que ocurre, lo solucionaremos.

El problema, es la jodida dependencia. Siempre lo ha sido. Déjale sólo en el puto desierto y verás cómo no ocurre nada. Eso sí, llévalo de la mano, y se jodió.

Total, que para qué enrrollarme en este tema. No me apetece describir cómo fué todo, así que diré que el loco este mató al reverendo, a la gorda, y a dos hermanos gemelos que competían entre ellos por ser más fanático que el otro. Después, saco el cargador de la pistola, sacó todas las balas, lo cargó con una bala sucia, muy vieja, amartilló y se pegó un tiro un poco más atrás de la barbilla, hacia el cerebro, salpicando toda la parte trasera de la sala con sangre y sesos.

No me moví de mi silla en todo ese tiempo.

Media hora después, unos 30 policías se estorbaban unos a otros. Mientras unos tomaban fotos alternativamente a las tetas de las reporteras de la televisión y a los cadáveres, otros hablaron con nosotros para reconstruir los hechos. Me pregunto yo qué cojones hay que reconstruír en un delito en el cual el culpable se aplica a sí mismo la ley de Talión. Perdone, pero es que no tiene usted nada que hacer aquí ya. De todas formas, si por deporte quiere hacerles a estas personas revivir el momento unas cuantas veces, no se corte.

Estaba yo junto a la mesita del café, mezclando los ingredientes. Se me acercó un crío de unos 22 o 23 años. Fantástico, han mandado a la caballería pesada a tomar declaración.

-Buenas tardes.

-Hola.

No le miro.

– Tendrá usted que contestar a unas preguntas antes de marcharse, señor…

– Forrester.

– ¿Puedo tutearle?

– No, no puedes.

– Ya, bueno. ¿Desde hace cuanto tiempo venía a las reuniones?

– Aproximadamente… hoy. Era mi primer día aquí.

-Wow, vaya. Ha debido pasarlo usted mal. Lo siento.

-No lo crea. No lo sienta.

– Ya, bueno. ¿Había notado algún comportamiento extraño en el individuo?

– Que tengas un cuestionario estándar no significa que tengas que ignorar lo que te digo. No le conocía de nada. No había estado antes aquí.

-Cierto, disculpe. ¿Puedo preguntarle que le mueve a venir a estas reuniones?

Miro mis manos, y sonrío. Levanto la cabeza, y olor se hace más nítido. Noto el calor. Casi percibo la dulzura. Y el amargor. Todo. La cremosidad de la textura. El bouquet asqueroso que se le queda a uno.

– Por el café, hijo. Yo vengo por el café.