_Con leche (Café 4 de 5)

El mejor bar de sushi de Tokyo es un tenderete en un callejón oscuro, junto a un pequeño parque. En el parque hay un templo pequeñito, con un gran cascabel colgando de la tejabana frente a la puerta principal. También tiene una fuente ritual. 

Apenas se puede diferenciar qué es el bar  y qué es la calle. Una cortinilla que reza algo en kanjis que no puedo entender (como si pudiera entender alguno), es lo único que te sitúa en posición de pedir comida. Te he preguntado hace ni cinco minutos lo que significaba el letrero ondeante, pero me perdí en tus ojos otra vez y no recuerdo con claridad lo que dijiste. 

Estamos aturdidos por el sake, y empezamos a contarnos historias de cuando estuvimos a punto de morir siendo unos críos. Después yo te digo que el café japonés es una vergüenza, que lo suyo es el té. Esto te lo digo mientras intento parecer sobrio entre todos esos trabajadores impasibles, borrachos como cubas, inmóviles, en silencio. Sin éxito. Pero tú hace un rato que estás cantando canciones de tu infancia, y entonces tu genialidad me vuelve a atrapar y te miro fijamente mientras haces tu actuación estelar. 

El cocinero te mira y asiente con admiración. Los japoneses del bar, miran de reojo. Piensan que quizá me ofenda si les pillo mirándote con descaro. Pero es que yo mismo estoy demasiado ocupado siendo un descarado que te mira. 

Al de un rato noto como te alejas un poco, y no lo entiendo. Pero en seguida estamos en mi coche, sobrios de tanto besarnos, sudando de tanto querernos, y te veo cerca, te noto cerca, y te quiero aquí mismo. Y en ese momento, sé que todo va a ir bien en los bares de Tokyo. Y me acuerdo de Estocolmo, y también de Manila, aunque esto último es raro, porque no recuerdo haber estado.

Donde sí recuerdo haber estado es en tu casa, así que te acerco, y te despides sonriendo, y cuando tú sonríes, yo hay veces que pienso que la sonrisas que me provocas me van a desgarrar las mejillas. Pero nunca, nunca tengo suficiente.

Y ya después, en mi casa, aparco y un repartidor a punto está de embestir mi coche, pero me esquiva, y le pito y me pita. Jodido cabrón, cómo tienes tantos huevos. Luego me calmo enseguida porque me imagino que me tocas el hombro y me haces “shu, shu”, y sale el sol a las 23:34.

Y pese a los repartidores, me siento muy seguro, porque en Japón parecen haber ajusticiado a todos los católicos, por mentirosos, y cuesta ver una cara larga, o al menos preocupada.

Y una cruz, ni te digo.

_Cortado (Café 3 de 5)

Cristina alberga mareo y dolor en el espacio hueco que se encuentra entre sus pendientes de perlas blancas gigantescos. Ayer bebió demasiados licores de frutas, y estar con la regla no ayuda demasiado a metabolizar el alcohol. 

Cristina tiene 15 años, y es una de esas niñas de las Nuevas Juventudes que huelen a frutas. Coco, fresa, melón. Oler a una fruta es la cúspide del buen gusto para Cristina. Y para todas sus amigas. Pero ahora no está con las amigas del colegio, sino en las Islas. 

Aquí el resto de chicas del grupo de amigos, no huelen a fruta ya. Huelen a lascivia, o a seriedad absoluta, o a largas tardes de compras por tiendas caras. Pero no a frutas. Huelen a un futuro que no quieren ofrecer realmente a todo aquel con el que follan. 

Y han quedado para tomar algo a media tarde, ya que mañana, algunas de ellas tienen que volver. Así que han ido a un lounge bar, de estos que tan de moda están últimamente, para tomar un café. 

Cristina no ha bebido nunca café. Piensa que pedirá otra cosa. En Madrid todas sus amigas piden siempre Coca Cola Light, o Nestea. Por eso piensa: “pediré otra cosa”. 

El camarero se acerca, y una de sus amigas le hace un comentario a otra por lo bajo. Ambas se ríen. Después pide un café largo con hielo y sacarina, con leche desnatada. Café con leche desnatada y hielo. Capuccino. Cortado con sacarina. Sólo con Baileys y hielo, con sacarina. 

Le llega su turno. Piensa que si todo el mundo toma café, va a quedar como una cría pidiéndose una estúpida Cola. Así que pide lo que siempre pide su madre:

– Un Irlandés, pero de Bourbon. 

Todas la miran, con matices entre el asombro y quizá algo de veneración. Algunas piensan que es jóven para beber Irlandeses, pero qué demonios, si sabe lo que es se lo merece. Una se rasca el cogote ya que ha bostezado justo cuando Cristina ha pedido y no ha oído nada. 

Sigue el enunciado de cafés. No hay uno igual a otro. Descafeinado de cafetera, que tengo que descansar para mañana. Con leche semi desnatada. Etcétera.

El camarero se va. De nuevo cuchicheos. 

Cristina mira en derredor, mientras se remoza el cabello con esmero, detrás de la nuca. Hay un tipo mirándolas, parece que desde hace un rato. Tiene en las manos unas cuantas hojas manuscritas, y está bebiendo cerveza, directamente de la botella. Ve tras sus gafas una expresión de asco absoluto. Sus amigas estallan en carcajadas histéricas cuando una acaba de hacer un test de la Cosmopólitan, en el que básicamente, el resultado es que es una puta barata sin ambiciones pero con pasta. 

El tipo de las gafas se levanta, recoge sus papeles y un lapiz, mientras sostiene un cigarro con la boca. Apaga el cigarro en el cenicero, apura la cerveza y se va dejando un billete de 5 euros en la mesa, al tiempo que se mimetiza con la oscura pared antes de andar 5 metros siquiera.

Cristina siente un poco de vergüenza ajena por sus amigas. Rápidamente se quita de la cabeza esas tonterías, y comenta a ver si alguna ha visto a ese tío tan raro. Una dice que le suena de vista. El resto se rascan el cogote. 

Llegan las bebidas. 

Esto para usted, esto para usted, esto otro para usted. 

Cristina tiene delante de los morros una copa ancha y bajita, como las de brandy, con un líquido dorado y otro oscuro acabando de mezclarse, y nata montada hasta arriba. No lo recordaba así. Aunque quizá sea la primera vez que ve uno con nata, como debe de ser. 

Empieza el ritual de la mezcla de los edulcorantes con el café. Tintineos tan estridentes como las risas de las mujeres se adueñan del ambiente del local. 

Cristina escruta la copa desde todos los ángulos que puede sin llegar a parecer una completa ignorante. Coge la cucharilla, y remolonea sobre la nata unos segundos, hasta que está completamente impregnada por una fina capa de lácteo. Se la lleva a la boca y piensa: “está buena”.

Repite esta dinámica varias veces hasta que una de las chicas, la cual siempre actúa como una madre, porque es la mayor del grupo (20 años) le espeta: “Cristina, ¡se te va a enfriar!”

– Tienes razón, jaja, estaba pensando en lo que habéis hablado – dijo Cristina rascando la copa con las manos al tiempo que la levantaba hacia sus labios. 

Da un trago largo al café, procurando absorber también algo de nata.

Y todo ocurre muy deprisa.

Lo primero que le pasa por la mente, es una cantidad de asombro lo bastante grande como para que despegue el Columbia y después reviente en pleno vuelo. Después todas las papilas gustativas de su boca se ponen a llorar y se contraen violentamente, pese a que sea demasiado tarde. Después el negro loco de ConAir le tira un Zippo encendido en la garganta, y lo nota bajando lentamente mientras todo a su paso arde. Piensa en Dios, Jesucristo, el Espíritu Santo y en la Resurrección de las Almas. Incluso en la Unción a los Enfermos y en las homilías del Padre Damián. Por último piensa en toda la mierda sobre azucarada que bebió ayer y en el pisto que le ha obligado su abuela a tragarse.

Una oleada de vómito color calabacín con líquido oscuro a veces, amarillo otras, sale disparada de su boca con fuerza suficiente como para llegar hasta el otro lado de la mesa. Enfrente tiene a María, que juega a tenis desde los 2 años, con lo que afortunadamente tiene los reflejos suficientes para esquivar el halo de pota que surca el espacio que las separa. 

Cuando el contenido de su estómago toca el suelo detrás de María, la escena vuelve a la velocidad normal y todo el vómito cae simultáneamente por su propio peso, sobre la mesa y los cafés, sobre los iPhones, sobre los paquetes de Marlboro Light, y sobre el suelo. 

Le hubiera gustado ver eso al tipo de las gafas. Seguro.

_Sólo con hielo (Café 2 de 5)

Trucu trucu trucu trucu trucu trucu trucu…

FLOAAAAAASSHHHHHhh…

El ruido del tren al pasar junto a un muro que crece de forma repentina y absurda junto a la vía, me desvela. Mh, creo que el sueño era bonito, o algo. No ha llegado a caérseme de la mano el vaso de papel. Lo agito un poco, junto al oído. Queda un poco. Doy un sorbo. Repulsivo. El truco está en que no se te enfríe, supongo. O que no se deshagan los hielos. No recuerdo exactamente lo que pedí. 

Miro alrededor, en el azulado vagón. Caras largas, filas de asientos largos, pintadas largas y retorcidas en los extremos como un rizo, egoístas. Recogiendo trozos de ventana y de plástico, sólo para ellos. Ahí fuera amanece, o anochece. Supongo que anochece, por el olor a alcohol del ejecutivo de mi derecha. 

Miro alrededor de nuevo. 

Dos monjas sentadas justo delante. Una de ellas es joven. Comienzo a mirarle lo poco que se le ve de pierna. Tiene uno de sus calcetines grises de novicia un poco bajo, y el hueso del tobillo asoma, profanando las creencias de alguien, supongo. Y también poniéndome cachondo. Tremendamente cachondo. 

Paso a la otra monja. Vieja, decrépita. Sostiene una Bíblia entre las manos. Lo único que veo en esta es una mujer fracasada. 

Me sonríen.

Me entran ganas de levantarme y darles puñetazos en la cara, hasta que caigan inconscientes. Tengo la sensación de que no arrojarían ni un sólo grito si lo hiciera. Pon la otra mejilla, puta. ¡He dicho que la pongas!

Pero ni siquiera me muevo. Para qué. 

Doy otro sorbo a mi café. Madre del Amor Hermoso y del Amparo Bendito. Esta mierda va a hacer que me cague encima antes de llegar a casa. Me pregunto porqué café y no cualquier otra cosa que no desestabilice tu sistema digestivo de forma tan agresiva. Algo tendría que hacer hoy por la noche, supongo, pero la modorra no me deja recordar con claridad. 

Mientras recapitulo, me imagino que soy una persona buena, pero en seguida me doy cuenta que de eso nada. Para empezar, me han dado ganas de apalear a dos inocentes monjas. “Inocentes” es una forma de hablar.

Nada.

Que no me viene a la cabeza con claridad. 

Bajo la mirada y veo un crucifijo colgando sobre mi pecho, y entonces recuerdo que soy cura. Vaya. Cura. 

Cierro los ojos, haciéndome invisible, y gracias a mi experiencia consigo apretarme el cilicio sin mover el pantalón. Noto el perdón del Señor recorrerme el muslo, hasta la rodilla, congelándola en el acto. Suspiro. Recuerdo de nuevo mi misión, entre vibraciones de sienes y movimientos mandibulares involuntarios. 

Las dos monjas han bajado la mirada más allá del suelo cuando vuelvo a abrir los ojos. El ejecutivo se ha quedado dormido, y nadie más ha visto o entendido esto. Yo tampoco, pero tengo la certeza de que está Bien. Este es el camino. 

El tren para entre chirridos, me levanto. Noto hilos de fe bajando por la pantorilla. Gloria. Gloria. Brave is my Jesus. 

Los herejes deben morir.

_Sólo (Café 1 de 5)

-… ” Y al séptimo día, descansó.”

– Menuda patraña. ¿Cómo dices que se llama el libro?

– La Bíblia, creo. 

– ¿De dónde lo has sacado?

– Se lo compré a un tipo durante mis vacaciones. Según me dijo, era el libro más publicado y leído de todos los tiempos por aquellos lares, aunque quién sabe. 

– Ni idea. Primera noticia.

– No, si ya. 

– No sé, es que me parece una memez… y por ningún lado viene el autor ni una crónica ni nada… 

– Bueno, hay partes en las que si vienen los autores.

– ¿Es una especie de recopilación?

– Algo parecido. Pero no creo, más bien tendría mucha imaginación el que lo escribió. Después, no le dio tiempo a firmarlo antes de morir. Pasa continuamente. 

– Desde luego. 

– En fin, han abierto un sitio nuevo, una especie de franquicia retro o algo así. 

– Ah, mira. ¿De qué va la cosa?

– De café. 

-¿Café? Qué cosas más raras haces, tío. Primero me traes el Libro de las Batallitas ese, y ahora me vienes con cosas exóticas. 

– Debía de ser bastante popular hace años en…

– No me digas más, ¿esto también lo has aprendido de vacaciones?

– Pues sí. Tengo en casa un par de kilos que me traje, huele muy bien. 

– Pues nada, vamos a tomar una cosa de esas.

– Es una especie de infusión hecha con semillas quemadas. 

– Eeeh, no sé si paso. 

– Venga, que está bueno, ya verás. 

– En fin, de acuerdo. Pero me toca pilotar a mí.

– Lo que me recuerda que allí nadie pilotaba y…

– A ver, ya vale de despropósitos. Sube.

– Está bien.

_B12 complex

ns/nc

#Bed Tales Eight: La cruda, cruda, cruda realidad.

Abrías la puerta y besabas a otro hombre delante de mí, mientras me decías lo siento, lo siento, lo siento. Y llorabas. No pensé que mi propio cerebro, en sueños, pudiera hacerme tanto daño. Tampoco antes había llorado dormido, ni nada de eso. 

Tampoco me había matado a mí mismo. 

Lo que siento por ti ahora, en este preciso instante, y de lo que quizá no me había dado cuenta del todo, es lo que he sentido esta noche. Pero completamente invertido. Y no se puede describir sin inventar nuevas palabras, incluso letras.

Incluso yo que sé qué incluir, inventar, idear, arrasar, construir, completar, colapsar, destruir, levantar, con el único ánimo de que saques una sonrisa.

Y ya.