_El estirón (Alde Zaharra – Casco Viejo 1 de 3)

Plaza de Unamuno, 8 y pico.

Hola, hola que tal.

Voy a darte un beso y giras la cara. Tu amiga me mira. Nadie más lo ha visto, creo. Me muerdo la lengua, me enveneno. Necesito el antídoto. Voy con B, P, T (descansa en paz) y algún otro, además de contigo y tu amiga. Caprabo. Entramos.

Somos todos menores de edad, pero da igual. Era Aquel Entonces.

Compramos:

– Garrafa Font Vella 5 L x 1

– Vino Tinto Don Simón Brick 1 L x 2

– Kas Naranja botella 1 L x1

– Kas Limón botella 1 L x1

– Zumo piña Brick 1 L x1

– Azúcar blanco 1 K x 1

– Mandarinas 200 Gr.

– Melocotón extra 200 Gr.

Somos tan mocosos que casi no podemos llevar todo. Subimos por Solokoetxe, por el lado de San Antón. Vamos hasta Escaleras de Solokoetxe, mirando a Ronda. Desde a tomar por el culo de alto.

Instrucciones para sembrar el caos:

Vacía una garrafa de agua de 5 litros. Vierte un kilo de azúcar en su interior. Añade 2 litros de vino tinto. Agita hasta obtener un líquido viscoso homogéneo. Añade la fruta troceada. Añade los refrescos. Rellena el espacio restante con el zumo de piña. Agita. Sirve inmediatamente. Ha de beberse en cantidades ridículas y a una velocidad también ridícula.

Entonces dijiste que te ibas a Llodio de fiesta.

Vale, pues te acompaño.

No querías que te acompañara.

Vale, pues te acompaño MÁS.

Solokoetxe – Abando, sin hablar. Bueno, algo diríamos. Su puta madre se acuerda, había bebido el Cóctel del Caos. Y el Caos ya estaba sembrado, bien oculto por una capa de entrañas, imposible sacarlo. No, imposible.

¿Me das un beso?

No.

Silencio.

Me das un beso en la mejilla.

Me giro y me voy.

Abando – Solokoetxe.

Maricones, no se han acabado el Elixir du Mal. Lo mato y lanzo la botella sin preocuparme demasiado de si doy a alguien. Bajamos. Alguien ha quedado con E. Otros son demasiado cobardes como para ir en misión suicida a Barrenkalle. Estamos como cubas, llueve. Entramos al bar en el que está E con otro colega. Nos saca 4 quintos, a los 4 que quedamos.

Que dónde está M.

M está en Llodio, puedes tirártela si quieres.

Bueno bueno, W. Bueno, bueno. No pasa nada. Doy un sorbo. Doy un trago. Abrevo de la botella como si fuera la última en toda la ciudad. La tiro al suelo, dentro del bar. Se rompe en mil pedazos.

Hey, W. Tranquilo. No pasa nada.

No, supongo que no.

Salimos a la calle. T se ha encontrado con todo su pueblo en la calle. No es difícil, son como 200. Llueve más. También son 200 en el pueblo de al lado de su pueblo. Y también se llevan a hostias. En el cantón que da al centro de la plaza de la Catedral de Santiago hay 401 personas, divididas en 2 grupos, formando diversas colas de gente que se está gritando. Yo soy el segundo en una de esas colas, y la verdad no entiendo bien qué está pasando.

Llueve. Alguien me empuja por detrás. Alguien empuja al que tengo delante. Los empujones con este tipo de gente no duran demasiado, porque se odian de verdad. Desde hace generaciones. Desde que alguno de sus tatarabuelos plantó algo donde no debía, o se tiró a la persona no indicada. La persona que está delante de mí da el último empujón.

Tras eso recibe 2 o 3 puñetazos, del individuo de enfrente 1, los demás de las otras filas, que a su vez, reciben más golpes en sus caras de las filas adyacentes. Un botellín de cerveza me pasa silbando a 10 centímetros de la cabeza y golpea a alguien en el otro grupo de gente. En el pecho. Esa persona desaparece tragada por el Odio. Me doy cuenta de que soy el siguiente en la fila.

Soy el siguiente para que me partan la cara. Pero también soy el siguiente en repartir.

Empiezo a mover los brazos en una guerra que no es la mía y consigo cuadrar un par de ganchos en la boca de alguien. Esto lo confirman mis nudillos con heridas en forma de diente al día siguiente, ya que del momento sólo consigo recordar ser arrastrado fuera por la marea de gente, hasta el cruce del cantón con Barrenkalle. Nunca antes en la historia ha llovido tanto. En el suelo hay gente que intenta levantarse, y recibe patadas de gente que a su vez cae y es pateada.

Se disuelve momentáneamente la trifulca. Me reagrupo con T y alguno de sus colegas, y empezamos a correr. No sé por qué corremos, pero todo el mundo grita descalificaciones a una calle vacía. Dejo de ver a la gente, sólo veo que tengo una barra de metal en la mano que acabo de coger de una obra. Alguien me pregunta quién cojones soy. Soy un colega de T. Me da la mano mientras corremos hacia Unamuno, murmurando entre Rabia algo de matar a alguien. Me rezago un poco, y decido tirar la barra de metal.

Me encuentro en una calle vacía. Vacía excepto por un chaval sentado en un bordillo con las manos en la cabeza, rodeado de chicas. Paso andando a su lado, sólo. Levanta la cabeza y mira al escaparate de enfrente, lo atraviesa, mira a la trastienda de dicha tienda, y la trastienda de la siguiente tienda, a la cual se entra por la calle aledaña, la cual también atraviesa hasta que su mirada pierde fuerza y rompe a llorar. Tiene la cara literalmente reventada. Cómo puede algo hincharse tanto en tan poco tiempo. Ni si quiera sangra, tan sólo llora y se pregunta a ver qué cojones ha hecho. Me quedo parado un momento, mirando.

Después me doy media vuelta, y me voy a casa andando.

Llego a las 11 de la noche y 4 minutos y me meto en la cama.

Sueño con farolas borrosas y con charcos de barro.

_Utility

Hoy hablando con un amigo, me ha comentado que qué líos le están haciendo los de la Embajada española del país en el que reside para votar. Yo le he dicho que ya tuve mis dimes y diretes con mi la Embajada y el Consulado españoles en Londres, detalle final que pone la gota de angostura a un cóctel que deja un sabor de boca para nada sorprendente: No votar. Por lo menos mientras viva en el extranjero, pero eso ya es otro tema.

Entonces me ha salido con la cantinela del voto útil: “Otro voto para el PP, hermano” (si no votas en contra, se entiende).

Esta actitud me molesta. Se me hace partícipe de una especie de apatía que en absoluto colabora con La Causa, que  en España es ya desde hace mucho, mucho tiempo “hacer que el Malo no gane”.

Da igual quién sea el malo. Para mí esto denota 2 cosas:

a) Falta de criterio: El voto útil – incluso me atrevería a decir, visto lo visto, el voto en sí – no es más que una falacia democrática. No se consigue nada. Porque NADA cambia, da igual quién esté en el poder. Esto es así porque el último estadio de la democracia, no son los partidos que gobiernan. De hecho, la democracia no es (a mi modo de ver) algo definitivo, un marco en el que nos englobamos ni nada. Simplemente es un mecanismo de control. Da igual que lo agites y cambie de izquierda a derecha o de derecha a izquierda. Es otra pieza dentro de un contenedor masivo en el que hay otras cosas, pero este no es el tema.

b) Incongruencia democrática: Yo puedo elegir no votar, y dejando de lado los bugs de las elecciones en sí, que dan por sí solos para miles de capítulos acerca del sinsentido y el odio, mi no-voto es igual de válido y “útil” que el tuyo (esto por lo dicho en el punto anterior). Pero ADEMÁS, está el hecho que he mencionado al comienzo, el encasillar a alguien como un disidente por no arrimar el hombro (eccckksss) por La Causa.

Yo lo veo así: Si no voto, no doy un voto más al PP, o al PSOE, o quien pollas sea el que la Gente se refiere. Si no voto, es un voto que pierden CADA UNO de los partidos que se presentan, porque NINGUNO (incluso dentro  de – y obviando de nuevo – la gran bola de mierda que nos han vendido como panacea desde hace 30 años), ni uno solo de todos ellos es capaz de ofrecer no ya en hechos, si no en PALABRAS, algo coherente que me satisfaga como persona. Ni como español, ni como vasco, ni como hombre, ni como joven. Como PERSONA.

Y eso es todo lo que tengo que decir sobre las elecciones.

Fin.

_El Fin.

Esta mañana me dirigía al trabajo en el suburbano.

En la estación de Arsenal y como de costumbre en todas las estaciones tanto  el conductor del tren (megafonía interna) como el encargado del andén (encargada en este caso, megafonía del andén) daban el aviso de puertas cerrándose.

Mind the doors, please mind the closing doors.

La gente se ha apretado un poco, hacia el centro del vagón. Como de costumbre.

Pero hoy, algo diferente ha ocurrido. De hecho, han ocurrido dos cosas, una detrás de la otra, no necesariamente opuestas entre sí, quizá sólo algo distantes, pero eso sí, la segunda causante de una catástrofe conocida por todos pero negada a hurtadillas, por si acaso:

1- El maquinista ha añadido lo siguiente tras el aviso de seguridad:

Morning, Elena. 

y 2- Me he dado cuenta que he sido probablemente la única persona en todo el vagón que ha sonreído de oreja a oreja al oírlo.

Y ahí. En ese preciso momento. En ese instante he sabido a ciencia cierta que toda esperanza está perdida.

Estamos condenados.

Se acabó.

_Pro javu

I just can’t get rid of this feeling that I woke up to ragga music still a bit drunk in London. I mean, it actually happened exactly like that today, but I feel like it happened every single time I drank. Not just last night.

I woke up half drunk to ragga music. That’s what I do. Every single time. There is no other feeling I could remember or compare or relate to. It simply did not exist. But this does. Did. And will.