Todos los coches de la calle están cubiertos de escarcha. Al fondo, en el cruce con la calle perpendicular a tu casa, se ve a algún vecino que aplica spray descongelante a la ventanilla del conductor mientras su hijo (por el tamaño, podría ser su mujer o marido, o Dios; podría ser cualquiera, en realidad) se afana en rascar el hielo de la luna delantera.
ras ras ras
Llega tenue el sonido de la herramienta de plástico sobre el hielo.
El coche que nos espera, por el contrario, no parece haber sido afectado por la ola de frío. En su interior el chaffeur nos indica levantando un par de dedos y agachando la cabeza que está ahí, que es él.
– Sube – espetas.
Te miro. No parece que haya otra opción, pero sigo sin entender. Antes de abrir la puerta y entrar al vehículo, echo una última mirada calle arriba. Ya no se ve a nadie. Estoy a punto de agachar la cabeza para librar el umbral de la puerta cuando veo otro coche a lo lejos, arriba del todo de la calle.
– ¡Sube! – casi gritas.
Tu prisa me pone un poco nervioso. El coche se pone en movimiento incluso antes de que me de tiempo a cerrar la puerta. Alcanzo el cinturón de seguridad y tiro de él para abrocharlo, pero estoy tirando demasiado fuerte y se bloquea, se bloquea. Se bloquea, y se bloquea. Cada vez vamos a mayor velocidad y no parece que el conductor se pare demasiado a comprobar si los cruces están despejados o no.
Por fin consigo ponerme el cinturón, momento que aprovecho para mirar hacia atrás. Nadie nos sigue. Ha sido todo una figuración paranoica de las mías.
– Es mejor que te deshagas de ese libro cuanto antes. Arranca las hojas al menos. No sé. Lo que mejor te parezca.
Te miro confuso.
– Creo que estás sacando todo de quicio. Quiero decir, ¿qué se supone que estamos haciendo? Hoy íbamos a ir al Centro. ¿Qué hay de eso?
– No tiene ningún sentido ir al Centro. Nos vamos al aeropuerto ahora mismo.
Esta vez ni te miro ni contesto. Simplemente aparto la mirada.
– Ya sabes lo poco que me gustan los aviones.
– Ya sé lo poco que te gustan muchas cosas.
Cierro los ojos por lo que parecen ser horas.
[…]