Vamos a la zaga de nosotros mismos cuando no nos atrevemos a mirar más allá de lo que ven nuestros ojos.
Mirar, ver.
Mirar. Ver.
Vamos a la zaga de nosotros mismos cuando no nos atrevemos a mirar más allá de lo que ven nuestros ojos.
Mirar, ver.
Mirar. Ver.
No estamos desencantados.
No.
Esto no quiere decir que no seamos destructivos y violentos. Sí lo somos. Somos la jodida generación de la violencia y la destrucción, pero contra nuestras propias personas.
No somos la generación del desencanto, estancados en lo que el sofá de nuestras casas nos pueda inspirar. Salimos, y vemos, y envidiamos, como la mayoría de gente. Pero no rompemos ni matamos todas las cosas bonitas que no podemos alcanzar.
No.
Si no podemos alcanzar algo, entonces nos inmolamos contra ello. Somos a la vez ariete y puerta. Pero la puerta siempre está cerrada, y el ariete, siempre está dispuesto. Balanceándose nervioso, colgando de gruesas cadenas en su carromato cubierto de paja.
Y cuanto más dura es la puerta, más rebota el ariete contra ella, confundiendo huída por inercia en el camino a conseguir el tesoro que hay al otro lado.
Y que veamos y envidiamos, como digo.
Hasta que sea banal. Hasta que sea mecánico y vacío, y más fácil justificar una muerte gratuita que nuestra actitud.
Somos la maldita generación kamikaze. Cada vez más rápido. Cada vez más fuerte y contundente.
Cada día se repite lo mismo, y seguimos sin darnos cuenta de que no llegamos a lamernos el codo.
Por más que golpee el ariete en la puerta, no llegamos.
Porque además, seguro que al mismo tiempo, al otro lado hay pegada otra puerta, sobre la cual golpea simultáneamente otro ariete.
Y otra lengua inquieta y perseverante.
Y otro codo.
No somos más que los cabeza de turcos que esperaban aquellos demasiado cobardes como para culpar de algo a cualquiera que no consideraran una amenaza.
No somos más que una excusa, todos nosotros, vosotros y yo, para hablar sobre lo mal que lo estamos haciendo.
Y no somos más que un motivo de futuro arrepentimiento.
No recuerdo con exactitud cuántos años tenía cuando murió mi abuelo. Entorno a los 12 o 13.
Lo que si recuerdo, es cómo mi madre llamó al colegio para que me dijeran que recogiera a mi hermana y que fuera a casa. Ahí ya entendí que algo no iba bien, mi madre Siempre venía a buscar a mi hermana.
Llegamos a casa, y no había nadie.
Al de un rato, oímos el ruido de la puerta y fuímos a la cocina, a ver qué ocurría. Antes que un saludo, antes que un beso, mi madre nos miró y nos dijo: “Se ha muerto el abuelo”.
Así de rápido se muere uno, y tan sutil es el eco que se hace el mundo de la muerte, que nadie nota nada.
Apenas nosotros entendíamos lo que significa eso como para notar algo.
Se busca
Outsourcer de la opinión
Persona irresponsable y cínica requerida
Para poner trabas
en el trascurso normal de los días de la gente
que todavía tiene algo por lo que levantarle la mano
al contexto .
Indispensable apatía y una empatía débil y selectiva
Indispensable no es nadie .
No se hará contrato. Se esperará un pago en reproches
Que demuestren su valía como Outsourcer .
Indispensable conocimientos de absolutamente todo, y habilidades precognitivas
Pero indispensable no es nadie.
Valorado carnet de conducir y coche propio, en el que llevar
egos dolidos hasta el mismo fin del mundo .
O hasta la rotonda de la esquina para Siempre .
Llamar por las noches, que es
sin duda cuando más bebo
y más sobrio es todo .