_serotonin

Muchas veces es simplemente cuestión de perspectiva. Otras… no. Qué pena.

#Bed tales Four: Dispositivos de Demostración de Vida Inteligente.

Estamos metidos en una especie de jaula, con muchísimos barrotes pero muy finitos. Como una jaula para pájaros domésticos, pero lo bastante grande como para que entremos 3 personas. No hay suelo, al menos no un suelo llano y firme. El suelo lo conforma el terreno que hay allí mismo. Hay piedras grandes para sentarnos. Estamos cerca de un acantilado.

Tardo un rato en darme cuenta, de que no somos los prisioneros. O sí. Pero estamos ahí porque es la única forma que tenemos de sobrevivir. Fuera, el mundo es un maldito caos de seres a duras penas humanos, zombis, mutantes, yo que sé. Cruel madre naturaleza.

Salir de la jaula, es morir.

Uno de mis dos compañeros (un chico y una chica), me pasa un álbum de fotos. Le doy un vistazo, son fotos de los abortos de la naturaleza que campan a sus anchas entorno a la jaula. Son feos de cojones los cabrones. En las fotos salen pegando sus caras pseudo alienígenas contra la jaula. Me hace gracia, no pueden entrar. No me doy cuenta en ese momento de que en verdad, somos nosotros los que no podemos salir. Le devuelvo el álbum, y su mirada me indica que no me he dado cuenta de la situación.

No le doy importancia.

Un día, me vuelve a dar el álbum, y me dice que haga el favor de fijarme bien en las fotos. Maldición. Han encontrado la maldita forma de infectarnos, sea lo que sea que padezcan. Si miras bien la foto, en la parte inferior, se ve cómo cada uno de las alimañas tiene clavadas en la boca y en el cuello varias pajitas secas, una especie de junco que queda lo bastante duro como para clavarse cuando se seca, y lo bastante hueco como para dejar fluir sangre por él.

Miro la fecha de las fotos. Todavía no ha llegado ese día, no puede ser. Son fotos del futuro.

Me consumo por la rabia, hasta que por fin llega el día en que los muy hijos de puta, encuentran la forma de jodernos, y nos joden. Con la jaula completamente rodeada, no hay manera de esquivar esas infecciosas puntas de perdición que han dispuesto en sus cuerpos para infectarnos. Me debato entre la histeria y la desesperación más absurdas, sabiendo que me queda poco tiempo hasta que una mierda de esas se me clave y sea una bestia más. Y así ocurre.

Mientras muto en una abominación, mi desesperación y rabia tocan techo, haciendo que me convierta en una bestia de tamaño mucho mayor al de la mayoría de ellas. Habiendo olvidado ya a su suerte a mis dos compañeros, cuyo paradero desconozco, empujo la jaula por un lateral, arrancándola del suelo en el lado opuesto, y enrollo con el metal a 4 de esas bestias, las 4 que estaban posicionadas en ese lado.

Puedo moldearlo como si se tratara de cartón.

Después cojo el rollo de metal y monstruos, y lo lanzo al olvido, also known as el acantilado que comienza a unos cuantos metros. Las bestias caen irremediablemente al mar desde una altura considerable.

3 de las bestias, están mirando hacia el mismo lado, y tienen la suerte de caer boca arriba, con lo cual están atrapados, pero mientras la estructura se mantenga a flote, podrán respirar. La cuarta, por el contrario, se movió en el último momento intentando huir, sin éxito, y ha quedado boca abajo, ahogándose irremediablemente.

Cada ser humano anterior a estos abortos, fué provisto en su día de una especie de aparato, similar a un cronómetro, necesario en la época que vivimos de relación permanente con formas de vida extraterrestres. Estos aparatos, moviéndolos en la forma que el mismo te indica de una forma que no logro entender, comienzan a emitir una serie de pulsos, a medias entre pitidos morse y crujidos de medidores de radioactividad, a la vez que en su pantalla se muestran una serie de dibujos perfilados gracias a diodos rojos.

Estos sonidos, indican la supuesta inteligencia o avance tecnológico del ser en cuestión, y se solían usar al colonizar nuevos planetas, para establecer una prioridad en el trato con otras formas de vida. Ahora mismo, sólo sirve para debatir quién de los monstruos va a morir, quién de los monstruos pertenece a una inteligencia superior que merece ser protegida. La imagen es dantesca.

Por un momento, el aparato del sujeto que se encuentra bajo el agua, doblega o convence a los otros tres, que haciendo un movimiento conjunto con las piernas, dan la vuelta a la estructura, comenzando así un sacrificio con el fin de salvar al cuarto individuo.

Esta situación no tarda en cambiar, ya que las mentes de los que ahora no pueden respirar, parecen agudizarse al ver la muerte de cerca, y aprovechando el shock del casi ahogado zombi, que es incapaz de contestar con pitidos ni con nada parecido, vuelven a sacar fuerza para voltear de nuevo su trampa, acabando con la vida del primer engendro.

Lejos de allí, un hombre provisto de un traje azteca de pájaro completamente funcional, posa con delicadeza a una persona no infectada sobre un pequeño islote cerca de la costa. Mientras le promete que volverá a por él, salta y aprovechando una corriente de aire, se pierde en el cielo.

Comienza una tormenta. La persona del islote, que se creía a salvo, tiene que nadar hasta la orilla para evitar morir ahogado en la isla. El pueblo costero frente al islote, está protegido del mar por un espigón de considerable altura, que sólo tiene unas pequeñas escaleras. Tiene que nadar rápidamente, agarrarse a unos salientes que hay excavados en la piedra, y cuando la resaca del mar se estabilice durante unos instantes, salir pitando escaleras arriba.

Esto lo sabe porque hay más gente en el agua, probablemente arrastrados por la corriente desde otros puntos. Son 3. Nadan hasta casi vomitar los pulmones. El primero se agarra. La otra chica, que es del pueblo, también. El no lo consigue, y el mar lo absorbe hacia sus profundidades.

Al retraerse, la parte cercana al malecón queda totalmente desprovista de mar. Es decir, es como una ola hacia dentro del mar, que vacía los 20 metros de profundidad que tiene el puerto del pueblo, y deja al pobre hombre posado en el lecho marino, con 2 paredes, una de piedra, la del pueblo, y otra de agua, la del mar, rodeándole por completo.

El mar vuelve a ocupar su lugar pocos segundos después, aplastándole con su furia desmedida. Se acabó también para él.

_Señorita Inés Cedofeita? Presente.

Me llamo Inés. Mi apellido no me gusta, los demás niños se ríen de él. Pero mi papá dice que es un gran apellido, y que hay un pueblo que se llama así y todo. Que algún día me llevará a ese pueblo, pero que un señor solo le deja llevarme a sitios 2 veces al mes, así que tendré que ser paciente si quiero descubrir más sobre mi apellido.

Mi apellido es Cedofeita. Es gallego, o portugués. Me lo dicen siempre pero no presto mucha atención a las cosas que dicen los mayores, porque suelen ser para hacer daño a otros mayores, y no me gusta eso. Es feo.

Mi mamá, no me dice nada sobre mi apellido. Ni sobre el primero ni sobre el segundo. Voy al cole, pero me aburre bastante. Los demás niños están muy contentos siempre, yo no es que esté triste o llorando, pero tampoco estoy contenta. Lo sé porque no tengo ganas de ir a jugar y de hacer el tonto y reír. No me apetece. A veces juego y lo paso muy bien, pero pocas veces.

Y… tengo 7 añossss… y… mi color favorito es el azul oscuro. Como el del mar, aunque no lo he visto muchas veces, me gusta. Es bonito. Me gusta el mar y bañarme en la playa y hacer castillos de arena.

Me gusta hacer dibujos del mar y de la playa. Y mirar a la gente a los ojos. Y hacer preguntas. Aunque a veces, los mayores se ponen nerviosos.

Ahora me apetece jugar, ¿vendrás mañana?

_Terminal B (Sverige 3 de 3)

Estefanía mira hacia las pistas desde la cafetería. 7,10 euros por 2 míseros sandwiches, gracias, hijos de puta.

Ante su mirada se cruzan dirigidos por luces parpadeantes, boquiabiertos viajeros en tránsito haciendo gestos absurdos con la cara para colocarse bien las gafas sin usar las manos, o bien impertinentes grupos de impertinentes personas, jactándose de un más que probable patético viaje de vacaciones.

Se saca de la cabeza la idea de axfisiar al chico de la caja con su collar de perlas.

Al fin y al cabo él sólo es otro fracaso escolar, lejos de conseguir nunca algo mínimamente parecido a la realización personal.

Aún así, por si le da por volver al ataque asesino en cuestión, empieza un experimento para entretenerse. Busca pautas de actuación en la corriente de desconocidos que tiene ante ella.

El algoritmo empieza a dibujarse ante sus ojos con inteligentes formas equiparables a las estructuras atómicas de una serie de drogas que tomaba hace años. Pequeños hexágonos y pentágonos.

Se sitúan en las lindes de su campo visual, delimitando una especie de cuadrado, una pantalla sobre la cual deslizar sus hipótesis hasta conseguir que queden unidas de forma más o menos satisfactoria.

Cada elemento emergente representa una nueva incógnita, una ramificación adicional que hace del experimento una tarea de variación de dificultad exponencial.

Estef, que es tal y como se presenta a los desconocidos que le caen bien, comenzaba a tener serios problemas tanto como para continuar con el experimento como para abandonarlo. Había dejado de oír, empleando esa capacidad adicional en unir más hexágonos, con más pentágonos. Deja de percibir el olor a mayonesa que despide su boca también.

Más dificil.

Más dificil, sobre todo, porque era incapaz de encontrar una pauta de movimiento igual a otra. Cada persona aportaba algo nuevo y completamente diferente a la ecuación. Nada. Nada en común. Es absurdo.

Hasta que los ve. Sobre cada polígono, agrupados en forma de pequeñas flores matemáticamente perfectas. Círculos rojizos unidos por un filo minúsculo de interrelación azulado.

Las flores, en vez de permanecer en los laterales, eran arrastradas por su dueño con movimientos irregulares, como si fuesen mecidos por una brisa pesada.

Cada uno con su pesada brisa. En pleno invierno.

Estefanía no entiende exactamente porqué ocurre esto. Aunque se lo imagina, pero quiere comprobarlo. Poco a poco, deja de lado su pantalla de experimentación social y echa la cabeza hacia atrás. Y se le escapa un “mierda” que hace que los trajeados alemanes de la mesa de al lado miren atónitos.

Ahí está su jodida flor rojiza, con un pequeño hilillo azul que se pierde en su cabello, presumiblemente incrustado en su cabeza. Ahí está, como está en todos los demás viajeros errantes que se engañan a sí mismos con best sellers de dudosa calidad. Su resignación.

Porque Estef, no quiere estar allí. Sabe a dónde va, y de dónde viene. Y sabe que es demasiado tarde para escapar. Como es demasiado tarde para cualquier otra persona que esté esperando a que abran su puerta de embarque, somnolientos y cansados, sucios, con poca gana. Resignados a coger el avión que haga que sus vidas continúen allí donde las dejaron, o se detengan hasta que vuelvan a por ellas.

No puede ser.

Se le escapa una lagrimilla salada, que resbala por su mejilla izquierda y en un giro imposible acaba empapando su labio superior. Saborea la impotencia de la resignación. Pero se niega a aceptarlo.

Así que, mientras nuevas lágrimas brotan, necesarias, alza sus manos y agarra el hilo, que se retuerce agónico intuyendo qué es lo que van a hacer con él. Y de un tirón, libera sus flores, que se hacen cada vez más pequeñas en su camino hasta el techo, subiendo como un globo de helio hecho de plomo.

Cuando endereza su cabeza, ya no hay pentágonos, ni flores, ni nada. Solo gente andando sabedores o no de que lo hacen sin alternativa alguna.

Recogida de equipajes.

Salida.

Parking.

Hasta luego, resignación.

(Esta entrada es la última de tres, motivadas por la inspiración sueca. Y por otras cosas.)

_Conejos Suecos (Sverige 2 de 3)

De ardiente frío y caprichosa necesidad se llenan las ansias de destrucción de los pobres desalmados que beben en los parques de Estocolmo. Como bien decía alguien que no recuerdo, crea una situación tan absurda que nadie de crédito a lo que está ocurriendo. Y así fue, porque ni ahora ni dentro de unos años sabes cuando va a aparecer el conejo en cautividad simulada al que tengas que seguir para dejar de recordar.

Pero, ni con una señal tan evidente como ese conejo delante de nuestras narices, fuimos capaces de reunir el valor suficiente para desembarazarnos de nuestros miedos. Frío lacerante. Mierda. Frío de cojones. Nuestros estómagos vacíos, planeando, recordando. El conejo se alzó sobre sus patas traseras, se rascó su nariz como bien pudo, intentando llamar nuestra atención. Miramos a los lados, en busca de la broma, de la cámara, del monigote.

Como de costumbre allí no había nadie más que nuestro abrasivo vaho interior, desvaneciéndose como los buenos recuerdos que nunca, nunca duran suficiente. Ah, y algo del viejo vodka de la vieja Rusia. Intentamos, supongo, perseguir al conejo con nuestras huidizas miradas, incapaces de centrarse en nada el tiempo suficiente como para saber qué cojones está ocurriendo. Y, supongo, fracasamos estrepitosamente. Al menos eso demuestra la ausencia aparente del conejo.

Los conejos son, por naturaleza, animales precavidos y huidizos. No era el caso del nuestro que hacía oídos sordos a cualquier gesto que tuviera la intención de espantarlo. Valiente descerebrado. Dicho esto, todos esperarán algún tipo de conclusión pero, joder, ya está bien de conclusiones. Hay hechos que son simplemente eso, hechos. No hay doble significado, no hay que saber leer entre líneas, no es necesario hacerse el interesante. A falta de bolsas de papel, optamos por los inofensivos botellines de plástico. La bebida habría pasado por simple agua si no hubiera estado mezclada con red bull que le confería cierto aspecto a meado mañanero.

Dios bendiga a las bajas expectativas, y a la exposición prolongada. Cualquier tipo de exposición. Al frío, al miedo, a la desesperanza. Al alcohol. A la atenta mirada del maldito conejo, valiente, valiente, valiente descerebrado. Podríamos haberle aplastado la cabeza como a una oportunidad inesperada de cambiar para bien. Por desconfianza o por miedo, o por ambas. Pero no hicimos nada. No hicimos nada, porque no somos ese tipo de personas, no nos gusta intentar las cosas. Si intentas algo, pones en evidencia tu inseguridad. Es mucho más fácil seguir engañándonos a nosotros mismos. Y al jodido conejo.

Cansados de él decidimos empaquetar y largarnos en busca de nuevas oportunidades, a hacer las Américas. En Estocolmo, claro. Nos fuimos sin mirar al animal. Pensamos, en todo el mundo hay gente como nosotros. Pensamos, en todas las ciudades tiene que haber desgraciados como nosotros. Pensamos, en cualquier sitio tiene que haber lugares donde se reúne la gente como nosotros. Pensamos que seríamos capaces de encontrarlos. Pensamos que pensamos.

Basta de pensar. Pensar, sólo trae quebraderos de cabeza. Quiero decir, porque pensamos como pensamos, la cagamos como la cagamos. Y nos planteamos cosas, porque sabemos cuándo pensamos lo que pensamos. Basta de pensar, ¿de acuerdo? Porque ahí hay un maldito bar, y por mí vale, y por ti también, así que vayamos a echar un vistazo. En Suecia no se puede fumar en los bares, porque la gente es tan educada que no crea barreras de humo entre la mierda de los otros y la suya propia. De hecho son tan educados que se guardan esa mierda para ellos. O eso parece. 60 coronas beer + jägermeister shot back. Two of them, please. Por mí bien, y por ti también. Aunque como de costumbre, no queda otra elección.

60 coronas, para el que no lo sepa, son algo menos de 6 euros. Cutre. Sí, cutre es la palabra. El bar, digo, que era cutre. Combates de boxeo por la tele, con ese ruso inmenso, Iván o alguna mierda así. Poca gente, pero tampoco nos importan esos detalles insignificantes. Oye, ¿echamos el jäger a la cerveza? No, no. Glup, glup. Que sí, que yo lo he visto hacer en otras ocasiones. Quenoqueno. Glup, glup. Para cuando vertimos el contenido del chupito dentro del vaso, ya apenas quedaba nada de cerveza. Así es la vida punkrock.

Para el que no ha cantado nunca a pleno pulmón en plena calle, en pleno febrero, en pleno Estocolmo, únicamente protegido con una sudadera: no lo hagáis. Para el que quiera fumar mientras bebe en plena calle, en pleno febrero, en pleno Estocolmo: más te vale tener una buena razón para hacerlo, como por ejemplo, que te llamen la atención por estar cantando las viejas glorias del rock nacional, y que quieras seguir cantando. En serio, no lo hagáis. No hay ninguna necesidad. O sí, quién sabe. Nosotros la teníamos.

En los bares se hacen una serie de cosas. Aunque haya mucha improvisación y situaciones deliciosamente surrealista, al final, se pueden acotar unas conductas básicas. Podemos numerarlas y ordenarlas. O sea, cuando tú, como pequeño empresario, abres un puto bar, deberías saber de antemano cuáles son esas conductas y estar preparado para soportarlas y lidiar con ellas. Esas situaciones son las siguientes, clasificadas y ordenadas:

1-Bebida cayendo: A más bebida adquirida, más bebida tirada. La consecuencia es que te pidan una bayeta 40 millones de veces.

2- Gente cantando: A más bebida adquirida, más alto se canta. Quizá si tu obsoleto modelo de negocio se basa en la tranquilidad, no te haga demasiada gracia.

3- Mear fuera de la taza: A más bebida adquirida, más sucio queda el baño. Personalmente esto me hace mucha, mucha gracia. La consecuencia es evidente.

4- Denegación de Servicios: A más bebida adquirida, te dejan de servir. Este punto en particular requiere mayor profundización en el mismo, que se resume a continuación.

No. ¿Cómo?No, no. You are too drunk, I can´t serve you anything more. Hijo de la grandísima puta, tú no sabes lo que es estar demasiado borracho. Entonces, claro, el concepto bar pierde la mayor parte de su significado

(Esta entrada es la segunda de tres, escrita bajo el influjo de la inspiración sueca. Y sobre otras cosas. En particular este texto es un Live Post entre perogrullo de Segundo Cajón y un servidor, y está publicado sin ningún tipo de adición o edición posterior a su creación.)

_Stockholm C (Sverige 1 de 3)

En los albores de un más que seguro fin del mundo tal y como lo conocemos, los locos que cantan ópera por la calle y amenazan con bolsas de supermercado a los viandantes, son los únicos que están preparados. 

Realmente no sé para qué, pero lo cierto es que nadie alrededor parece ver el mundo a su manera. Así que por eso, deposito en ellos mi confianza. Tienen información autoproducida. Es técnicamente imposible demostrar que esa información sea falsa. 

En fin. 

Riamos, mientras ella deja a las sopranos de mayor caché a la altura de la mierda.

Avanza el frío y se detiene el tiempo también, aunque solo a veces, cuando uno anda por Estocolmo. Con la cara tan fría que los músculos de la misma se bloquean al final de su recorrido. Muecas absurdas de turistas no menos absurdos.

Hay gente que no cae en la cuenta de la libertad adicional de la que se es poseedor al estar completamente solo, en una ciudad extranjera, helándose de frío. No conoces a nadie en esa ciudad. No conoces a nadie. Nadie te conoce.

A ratos, cuando no hay edificios increíbles que fotografiar, intento recordar para siempre las caras de mujeres con las que me casaría en ese mismo momento, o de imponentes hombres que caminan con porte elegante hacia o desde sus virginales lugares de trabajo escandinavos. 

Desisto.

Una vez en un aeropuerto, alguien bastante más sabia que yo me dijo el verdadero secreto de viajar: Disfruta como si fuera el último, imagina que es tan solo el primero. Que la deidad a la que rinda culto la tenga en su eterna gloria.

Sigo andando por Gamla Stan. Cada recodo esconde una sorpresa, cada cantón merece un lugar en tu memoria. Cada Guarda Real del Kunglinga Slottet merece un monumento a la resistencia humana por estar durante horas aguantando rachas de viento que arrastran temperaturas bajo cero, y fotos de turistas de todos los rincones del mundo.

Por algún motivo atraigo las miradas de las jóvenes ’emo’ que arrasan con todo en los innumerables ‘H&M’. Deben de haberme confundido con otra persona. O no.

Drottninggatan parece no acabarse nunca ante mis ojos. Puedes comprar 30 libros de segunda mano o cortarte el pelo. Ambas cosas por el mismo precio. 

Es decir, unos 30 euros. Si eres mujer puedes pedir un crédito, supongo.

Vill du gå ut?

No he usado esta frase. Bueno, casi, pero al final entraron en razón y nos pagaron la cerveza derramada.

Hay cosas que no cambian aunque te vayas al puto olvido. Es una especie de idioma universal.

Hasta hace una semana, en Norra Bamtorget estaba prohibido beber alcohol. Jag tycker an at prata meg dig.

Otra cosa es que no me quieras contestar.

 

(Este texto es el primero de tres, que en conjunto, son el producto de una semana de inspiración sueca. Y de otras cosas)

_Pequeños infiernos

Kate mira desde la distancia. 

Bueno, en realidad no está tan lejos, es más una distancia psicológica. Como su… problema. Psicológico. De la cabeza, del coco. Algo no va bien ahí arriba. No está bien. Se retuerce, se intenta hacer un hueco desplazando paulatinamente su materia gris. Lo nota, lo nota crecer. 

Esto lo sabe porque cuando más grande es esa mierda en su cabeza, más le cuesta todo. Más le cuesta levantarse, más le cuesta llevarse la comida a la boca, más le cuesta beber agua. Beber otras cosas no le cuesta. Más le cuesta hacer las cosas que antes le gustaban. 

Kate a veces siente nostalgia de esas cosas. Cada vez menos veces, la verdad. Últimamente apenas nada. Eso no le gusta. A Kate, quiero decir. Lo de echar de menos las cosas tan bonitas con las que antes tanto disfrutaba.

Qué si no.

Mira desde la distancia. Justo encima de su escritorio. 

Tan lejos…

Kate antes no fumaba, ahora sí. Fumar rellena ratos muertos, y tiñe todo con una desesperación que se sube por las paredes en espirales de humo azulado. Kate no sabe fumar demasiado bien, y el cargado aire a su alrededor le ayuda siempre con sus cigarros. Hasta el filtro. 

Son muchas, muchas cosas. Las cosas que la están jodiendo. Se pregunta porqué. Qué ha hecho mal. Tiene trabajo. Tiene un pisito de 30 metros, ideal para una persona sola. Lo pagó hace tiempo con una deuda que acabó cobrando tras ganar aquel puto juicio interminable. Tiene coche. Uno de esos híbridos que apenas contaminan. Siempre impecable. 

Todas esas cosas no son, lógicamente, las que la preocupan. No puede más. 

En serio, no puede más, no me lo estoy inventando.

La gente le miente. Se enfadan con ella injustamente. No se lo explica. Cuál es el jodido problema, si yo no me meto con nadie. Eso piensa Kate. 

La distancia cada vez se hace más pequeña. 

Los vecinos parecen desconfiar de ella. Pero si yo no me meto con nadie. Repiensa Kate. 

Se tortura además. No se puede quitar de la cabeza la idea de que todo su dolor, es egoísta. Porque hay gente sufriendo en el mundo, y bla bla bla. 

Pero eso se va a acabar. Lo digo en serio, no me lo estoy inventando. 

La ‘Five Seven’ que brilla desde la mesa, a un palmo de distancia de sus ojos, lo confirma. La cajita con munición de punta hueca al lado de la pistola, también lo confirma. Y su determinación de acabar con todo, lo corrobora.

Ha sido un año, 2 meses, y 14 días, desde que recuerda que todo empezó a torcerse. Ya no queda nada que la impulse a moverse. 

Eso piensa Kate. 

Y yo sé que eso es lo que piensa Kate. Piensa en eso, y en lo fácil que fue encontrar un arma limpia en el mercado negro de la ciudad. En cuestión de un par de semanas, ya la tenía en su casa. 

Lo que no le dijeron, es que las pistolas se cargan con agallas, pero yo también sabía que eso no iba a ser un problema para Kate. Nunca lo fue. Siempre acababa consiguiendo lo que quería, al menos cuando era alguien que tenía alguna meta más aparte de acabar con todo pegándose un tiro en la cara. 

Como cuando se propuso arruinar mi vida con sus estupideces. Como cuando se propuso apartarme de mis amigos, y de mi familia. Como cuando pensó que sería buena idea conseguir que me hundiera hasta el punto de tener que ser ingresado en una institución mental.

Ahora te jodes, puta. 

Ahora me toca a mí. 

Es más de un año lo que llevo monitorizando sus movimientos desde el piso de al lado. Con cámaras. Con micrófonos. Nunca lo supo. Y nunca lo sabrá. Ella se pegará un tiro. Yo limpiaré su casa, como cuando entré tras pagarle a un yonki por robarle el bolso con las llaves. Después desapareceré. Y empezaré mi nueva vida libre de mierda, como si nada de esto hubiera pasado. Aunque mis risitas entre sueños, me delatarán por siempre. Consumaré mi venganza. 

Me jodiste mi vida. Ahora he hecho que te jodas a ti misma. No ha sido demasiado dificil. Por casualidad conozco a tus compañeros de trabajo. Por casualidad confían más en mí que en ti. Aprendí mucho sobre empatía y sobre gilipolleces relacionadas con las relaciones sociales en mis terapias. También me di cuenta de que todo era por tu culpa. Por casualidad piensan que eres despreciable, como yo. 

Benditas casualidades provocadas. 

Kate agarra el arma con decisión. No puedo evitarlo y sonrío. Hasta nunca, zorra asquerosa.

Carga la pistola, la empuña. Y entonces, todo se acaba. 

Oigo el disparo al otro lado de la pared. Pero no se estaba apuntando en la cabeza. No sé si se le ha disparado el arma por error. Maldita sea. Eres inútil hasta para matarte.

Noto cierta humedad cálida brotando en mi estómago. Miro y toco mi camiseta negra. Mi mano está empapada de sangre. Cada vez más sangre. No entiendo. 

Empiezo a sentir un dolor inhumano. Recorre todo mi cuerpo devorando la adrenalina que no me ha dejado notar como la bala entraba en mis entrañas, después de atravesar la pared. No entiendo. 

Miro la pantalla, estupefacto. Entiendo.

Kate está mirandome fíjamente, a través de la cámara  que coloqué en la lámpara de su habitación. Empiezo a sentir mucho frío, mientras el suelo se tiñe de impotencia carmesí. 

-Ahora te jodes tú, hijo de puta. Puto desequilibrado psicópata.

No creo que pueda seguir relatando la situación mucho más. Siento como se me escapa la vads kjpfjhjsadddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddd