“…
Recuerdo todas aquellas infructuosas horas en clase de religión, en el colegio. Todas las patrañas baratas que nos hacían tragar ya masticadas, y sin opción alguna a réplica. Y más te valía eructar después, si no querías ser desterrado de Canaan.
Recuerdo muchas veces, sobre todo, la historia del Emperador Nabucodonosor. No la tengo tampoco en mente con absoluta precisión, pero a grandes rasgos, la historia trataba sobre una estatua del Emperador. Sus pies eran de barro. Sus piernas de madera. Su cintura de piedra. Su abdomen de hierro. Sus brazos de bronce. Su torso de plata. Y su cabeza de oro.
Como todo aquello estaba sustentado por una base débil, la estatua cayó y se redujo a polvo.
Todo aquello era una mierda fanatista. Emo y fanatista. Y además, era una mierda emo-fanática que con la edad que teníamos, no podíamos entender. Lo cual no hace que surtiera menos efecto, los efectos quedan muy claros cuando ves años después como la gente empieza a confirmarse, y un largo etcétera de desmanes.
Yo no veo mi persona venirse abajo. Aquellos hijos de puta, partieron de la base de que íbamos a ser débiles, y que para poder llegar a ser cualquier cosa mínimamente decente en nuestras vidas, íbamos a necesitar sus cuentos. Os lo digo ahora: no tenéis ni puta idea.
En cambio, si veo todo lo que me rodea desmoronándose, haciéndose añicos al impactar contra el duro suelo de la realidad. Todas las palabras, todos los gestos, todas las gilipolleces, las observo mientras caen rebotando unos metros para desmontarse en el golpe más leve, como si de una mala broma se tratara.
Veo a las personas que quiero tropezar y vagar solas. Solas de verdad, no como de costumbre, y el que no entienda esto, es porque no va a tener la posibilidad de llegar a conocernos nunca.
Y entonces me jode vuestra mera existencia. Y me jode ser demágogo, pero veo que el problema es la gente indiferente, y no vosotros. Y me duele más aún.
Tan dentro…
…”