Muchas veces el mayor cáncer no es el que vemos si no el que padecemos. Ya sea en nuestra persona, entorno, familia, raza, credo, ostias-varias.
Y de vez en cuando, conviene que miremos hacia el cielo, abramos los brazos, escupamos con fuerza, y recibamos sobre nuestra puta cara un merecido castigo por caer en la insolencia de prejuzgar sin antes conocer. De la misma manera, que otras deberemos sentenciar sin dudar, harto convencidos de que nuestra experiencia tiene la respuesta que buscamos y que se hace evidente ante nosotros.
Gracias congéneres por no dejar de sorprenderme ni un segundo. Gracias por toda la barbarie obscena, crimen casi perfecto, tortura macabra, maravilla odiosa envidiable. Por todo. Como iba a llegar a donde estoy, sea donde sea, sin vuestro contínuo impulso, sin vuestro apoyo incondicional a la causa de mi propio descubrimiento.
Gracias por las paradojas de la vida, por los suicidios del millonario, y las últimas coletadas de un paria. Gracias por contradecir hasta lo desconocido, y por apoyarlo al minuto siguiente.
Gracias por toda esa mierda tan despreciable que nos diferencia del resto de habitantes de la galaxia. Bah.