_7 de Enero de 2014

Qué es lo que quiero. Toda la vida lo he tenido claro: no lo sé.

 

Ahora soy más libre que nunca. Nadie me cuestiona. Nadie me espera. Nadie me comenta. Nadie me apoya. Nadie sugiere que mis ocurrencias son absurdas. Nadie me aplaude.

 

No me creo nada. Ni las cuestiones, que no son más que algo de lo que reirme. Ni de los re-encuentros, que no son más que un momento incómodo. Ni de los comentarios, que no son más que coletazos de envidia. Ni de los apoyos, que no ocultan más que intereses personales o lástima. Ni de las críticas a mis ideas, que no son más que una muestra de ser parte de la masa necia y aburrida. Ni de los aplausos, que no son más que un ruido para cuando no se sabe qué decir.

 

Todo ha pasado a ser parte de esa mentira increíblemente obvia que nadie más ve, salvo tu y otros pocos con los que aún puedes reir despreocupado. La incomodidad abarca todo, y todo cuesta mucho, mucho trabajo.

Confiar? Confiar ni te cuento. Confiar es el abismo absoluto, la negación de uno mismo. Confiar. Tiene cojones la cosa, qué gracia.

_Seasonal soundtrack

Brockley, London

Ya se oye el repiqueteo de los platos siendo dispuestos en las mesas de madera recién aceitadas, en los jardines de la comunidad.

Los niños ríen, los padres advierten, sus hermanos mayores se mandan fotos de pollas y tetas en Snapchat. La nueva y mil veces más peligrosa versión de los archivos .rar con contraseña que aún conservas de tu pille aquel en el año 2000.

Las brasas llevan preparándose unas 2 horas, y la barbacoa en sí tiene el aspecto de una pira ritual, dispuesta de forma exquisita por los Hombres, los Ingenieros que discuten mientras beben Coronas heladas, cuál es la mejor manera de crear un pequeño infierno, para después darle volquete y poder cocinar durante más de 2 horas.

Una humareda aparece tras el manzano del vecino cuando esparcen dichas brasas, y se oye un clac metálico al ser colocada la parrilla encima. Después un crujido delicioso de la piel de las alitas de pollo con salsa barbacoa churruscándose, adquiriendo un color exquisito y ahora inundando la zona ajardinada entre ambas casas de un olor prohibitivo.

Empiezo a babear en mi ventana, y decido que ya ha empezado de nuevo.

Otro Gran Verano Británico.