7 de septiembre
Son las 5 y cuarto de la mañana. No puedo dormir. Otra vez más tengo mocos, congestión, catarro. Algo así. Fuera llueve, pero no hace demasiado frío. 17 grados. Se puede soportar.
Siento como si el edifico entero se pudriera y se estuviera haciendo una bola, como alguien que se encoge para protegerse del futuro inmediato. Y yo estoy dentro. Y a su vez, también estoy podrido o al menos pudriéndome. Soy la parte interior de un rodamiento. La exterior es el edificio. Los rodamientos en sí, todo lo demás.
Queda una semana para largarme de aquí. Lo deseo y temo con tanta fuerza, que va a ser atolondrado por más que lleve 2 meses y medio esperando. Literalmente esperando.
El 17 de septiembre, hoy, puede que lea esto y piense que es una tontería. Es mejor no leer demasiadas veces lo que uno escribe. Es como lo que uno hace: enseguida parece una gilipollez, cuando en el pensamiento era una idea genial.
El 17 de septiembre, si todo hasta hoy ha salido mal, puede que siga buscando un sitio en el que dormir. Si las cosas han ido mejor, estaré poniendo el despertador para recoger las llaves de una habitación. Mi futura habitación.
Me voy a vivir a otro país y todo parece una broma. Increíble. Pero así es.
Seguramente también necesite que me pongan una copa. Esa es otra.
Otra historia.
Todo ha ido bien.
Tengo una resaca horrible.
Todo ha ido bien.
Mañana tendré un sitio para dormir, y todo empezará a tomar forma.