Bilbao, 22 de Abril de 2010
Querida X,
Mi persiana está estropeada. Algo ha quedado atascado en el mecanismo, y no consigo cerrarla. Duermo cada noche receloso de la luz amarillenta que entra por la abertura. Me despierto al ritmo que decide el sistema solar.
Cuando te conocí, las noches eran cortas, y los días, también eran cortos. Mostraba claros signos de haber bebido, y me senté en tu mesa en un descuido de tus amigas, que se afanaban en criticar mi corbata. Te hablaba directamente a tí aunque contestara las preguntas de tus impertinentes acompañantes. Y nos fuimos todos al mismo bar.
Tus amigas me decían, “¿te gusta?” y yo contestaba, “bueno, sí”. Y recuerdo sus sonrisas de malicia mientras yo te hablaba de tonterías. Te acompañé hasta casa, y lo siento, pero como todas las mujeres, te preocupaba más lo que tus amigas pensaran que el hecho de que un desconocido te estuviera acompañando hasta la puerta de tu casa. Las jovencitas de hoy en día, no tenéis capacidad de valoración. Dijo el abuelo.
Allí, pelándonos de frío, vimos las luces de las farolas, que para esas horas, eran ya estrellas. Te ofrecí un abrazo y me dijiste: “estoy bien”. Como solías hacer, te fuiste a casa pensando que no iba a querer verte más, pero para tu sorpresa, hablamos para salir entre semana. Dimos un paseo, bebimos y después bebimos un poco más. Hablamos sobre muchas cosas.
No recuerdo ninguna de ellas.
Sólo sé que al final nos besamos y estuvo todo bastante bien.
Pasaron los días. Seguro que lo recuerdas. Nos centramos en hablar mierda cuando en realidad, teníamos tanto en común: supongo que éramos vergonzosos, o simplemente gilipollas. Yo te dije que a veces escribía, tú diste por sentado que era mierda, como el resto de cosas. Yo no dije nada más.
Me guardaba mis enfados de niñato consentido y tú te escudabas en tu madurez de niña mayor. Me hablabas sin mirarme: ya habías visto todo aquello antes.
De forma velada me fuiste contando cómo había otra persona. Yo sólo pude decir: “tienes que aclararte”. De mientras, no sabíamos besarnos y para que mentirte, aquello era bastante penoso.
Te hice chapuzas en casa, mientras me decías que en serio, no tenía porqué hacer aquello. “Ya no hace falta que lo hagas, si no quieres. Puedes irte como todos los demás” me gritaba tu mirada de cristal.
Se acabó la historia y murió sobre papel, y créeme que no hay forma peor para dejar morir una historia. Éramos polos opuestos que se repelían.
Al de un tiempo, quedamos de nuevo, con nuestro orgullo a cuestas. Te acompañé como solía hacer, y antes de que te fueras te besé en la frente y te dije: “no estás sola en esto”. ¿Lo recuerdas?
Te mentí. Como un auténtico hijo de puta, no te podía haber mentido de una forma más ruin. Todos estamos solos en esto. Hay que ser un cretino para no darse cuenta. Y espero que me creas de alguna forma cuando te digo que de verdad me gustaría disculparme, pero no puedo evitar verme como lo que era si intento siquiera mandarte esta carta de verdad. La doblaré y la quemaré con mi mechero, y el olor a papel quemado será la última noticia que me llegue sobre tí. Te irás y ya está.
Como cuando pasas por delante mío y tú eres demasiado orgullosa y yo demasiado cobarde. Como esas veces.
Mierda.
Firmado,
Y