_La última risa

Esbozando una sonrisa de satisfacción, Dios se jacta de lo bueno de su obra durante unos instantes. Después, sonoras carcajadas irrumpen en el espacio abierto del cielo desde su boca, porque estoy seguro de que Dios tiene boca. Si no estuviera seguro, entonces no lo diría, y como digo, irrumpen a patadas de gracia divina, hasta hacerle llorar de la risa. 

No ha pasado tanto tiempo desde la Tercera Guerra Mundial. A veces sentía que esa guerra se había hecho para tan solo poder enumerarla, pero no. Llego el punto en que absolutamente toda la industria del mundo estaba en Africa, Sudamérica y Asia. Así que estos buenos señores, que vivían explotados y morían como podían, se habían levantado en armas contra países con “capacidad de respuesta táctica nuclear”. 

Y en efecto, se repitió lo de Vietnam, y lo de Irak, que aunque no fueron guerras mundiales, la mierda, nos salpicó un poquito a cada uno. 

Pero de nuevo, como en una palangana de agua estancada que un niño golpea para ver como se derrama el agua, todo acaba por volver a la calma, y todos son amigos de nuevo, al menos hasta que a alguno se le vea cruzar los dedos debajo de la mesa. 

Ese es un cabrón desalmado que amenaza la paz y la convivencia, y debemos eliminarle de la faz de la tierra.

Jeremiah, no es más que un Amish temeroso del señor, estancado en un pasado para él mejor, sin agua corriente, ni electricidad, ni teléfono, ni internet, ni peep shows, ni camareros sonrientes, ni furcias, ni hijos de puta armados con rifles de asalto disparando indiscriminadamente en su instituto porque ya no tienen fe en nada. 

Jane es su fabulosa esposa, casta, pura, una mujer como manda el Señor. Esperan su primer hijo después de 9 meses de gestación sin sobresaltos. 

El doctor Ezequiel, que domina a la perfección el arte de las hierbas curativas y ha traído al mundo a unos 30 retoños Amish, trabaja en la entrepierna de Jane afanosamente, ayudando al pequeño Joseph a venir al mundo que el señor ha creado. Jane desgarra con sus gritos la antesala del paritorio, donde esperan impacientes Jeremiah, sus hermanos y hermanas, los padres de Jane y sus dos hermanas gemelas. Los padres de Jeremiah murieron en un accidente de coche el único día de sus vidas en el que fueron a por una medicina necesaria para tratar cierta dolencia de su padre. Su autobús chocó contra la mediana de la autopista y fué embestido por un camión cargado de ácido que hizo la tijera antes de volcar e inundar el interior del autobús con su contenido. 

Sólo se encontraron las gafas de la madre de Jeremiah.

El viejo doctor Ezequiel muestra una cara de asombro desmesurado, casi pánico, mientras sostiene a la criatura recién surgida de entre las piernas de Jane. Entre sus manos, se revuelve un precioso y rollizo bebé medio calvo, empapado en líquido amniótico aún, llorando y berreando como todo bebé sano debe hacer nada más nacer. 

El problema, es que el crío en cuestión, es oriental. Cosa un poco desconcertante, porque no ya los Amish guardan una escrupulosa fidelidad hacia sus parejas, si no que el ciudadano japonés, diría yo, más cercano, está ahora mismo a unos 500 kilómetros de distancia comiendo ramen precocinado mientras ve la Super Bowl en la televisión por cable. Junto a él, su mujer, también japonesa, y sus 3 hijos, disfrutan también de la cena y del espectáculo del fútbol americano. 

La tragedia es obvia, pero no hay explicación. No hay nada más triste en el mundo, que una mujer sollozando después de dar a luz. Porque bajo ningún concepto son lágrimas de alegría. Jeremiah, aunque no bebe, ya va por la tercera botella de vino de misa. El doctor Ezequiel intenta contactar desde una gasolinera a 15 millas, con algún doctor de la gran ciudad, ya que después de echar un ojo a la Biblia, no ha encontrado nada lo suficientemente satisfactorio. 

 

Pobres Amish. O no, porque aunque no lo sepan, no están solos en esta desgracia. Este curioso episodio que aquí se relata, está ocurriendo ahora mismo en todos y cada uno de los paritorios del mundo. Desde la clínica norteamericana más prestigiosa, hasta una chabola en medio de la llanura africana. Todas y cada una de las mujeres que den a luz a partir de ahora, parirán al hijo de otra. 

Y sentirán el rechazo, y tendrán que aprender a amar a alguien que han llevado dentro de sí. Y habrá miles de problemas por sospechas de infidelidad. Y asesinatos. Pero como en una palangana de agua estancada que un niño golpea para ver como se derrama el agua, todo acaba por volver a la calma, y todos acabarán aceptando otra cosa más que son capaces de explicar. 

Es por eso que Dios está llorando de la risa. Porque esta última broma antes de asumir que ya nadie tiene esperanza ni fe y pegarse un tiro en la cabeza, ha sido una de las mejores de toda la jodida Historia.

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