“Vamos a evitar mentirnos esta vez”
Ella cruza las piernas bajo la mesa de su habitación, y remolonea por páginas de poco interés de la red. Se enreda los tirabuzones de su pelo sin lavar mientras la iluminación de su rostro va cambiando a medida que salta de una página a otra.
“¿Lo hará? ¿No lo hará?”
Él se levanta aún borracho y remolonea por zonas de su mente de poco interés. Se frota su revuelto pelo sin lavar mientras la palidez de su rostro recobra una tonalidad menos muerta a medida que bebe agua y se repone de anoche.
“Otra vez he vuelto a soñar con ella.”
Ella coge un sobre, lo abre, y lo deja sobre la mesa. Roba un folio en blanco de la impresora, y comienza a escribir. Todo lo que te quise. Todo lo que te querré. Su estilográfica danza a la par que sus apelotonadas ideas, corriéndose literalmente sobre el lienzo en blanco que poco a poco toma forma de historia inacabada.
“Vamos a empezar algo nuevo, algo que no nos haga volver a llorar. Vamos a gritarnos que nos odiamos, y después amémonos para siempre”
Él enciende un cigarro con sus últimas fuerzas e intenta ordenar cronológicamente la noche de ayer. Nah, no va a cobrar sentido por mucho que lo ordenes. Vamos a ver. Todo estaba tranquilo. Falta escena. Estoy sentado en la calle sólo y pensando en ella. Se me escapa una lagrimilla de odio que a punto está de congelarse sobre mi mejilla. Pues eso. Vuelta a empezar. Joder. Obviarlo es… consumirme. La sigo queriendo.
“La memoria es como un perro viejo. Le lanzas un palo, y te trae cualquier cosa.”
Ella mira la carta, con recelo. Tiene que hacerlo. Quizá le cueste soltarlo todo a la cara, pero al fin y al cabo… por los viejos tiempos. Se quita la camiseta y frota la hoja contra su pecho, su abdomen, su cuello, hasta detrás de las orejas. Cierra los ojos. Eh, esta carta es mía. Huele a mí, quiero que huela a mí. Quiero que sepas que la distancia no me va a hacer olvidarte.
“Algún día, volveremos a tumbarnos en un atardecer.”
Él decide hacer algo con su vida. Se da una ducha rápida para quitarse esa borrachera tan tonta que aún perdura. Camisa. Pantalones. Gabardina. Y un pequeño maletín. Camisa. Ropa interior. Camiseta. 350 euros. Glock 9mm. 2 balas. Folio en blanco. Ya está todo.
“No se lo que voy a hacer. Pero seguro que va a manchar. Y no sólo en el aspecto físico.”
Ella se pone encima una sudadera que encuentra por ahí tirada, y unas zapatillas raídas. Coge el sobre, se para en seco, mira a la nada, se da unos golpecitos en el pecho con él mientras piensa en cuando él lo abra, y sale de su piso.
“Vamos.”
Él cierra el maletín, y con el cigarro aún en los labios sale de su piso.
“Vamos.”
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Al salir al descansillo, se encuentran cara a cara. Él cara de haber dormido poco y mal, barba de dos días, cigarro en la boca. Lleva un maletín y el pelo húmedo. Ella despeinada, ayer lloró, no ha desayunado aún y lleva un sobre. Un escueto “Hola”, y cada uno cierra su piso. Él piensa que no tiene mucho sentido hacerlo ya, ella no está como para pensar en esas cosas. Abren la puerta del ascensor que aún aguardaba ahí tras ser él el último usuario. Un gesto cortés para indicarle a ella que pase delante. Después, pasa él. Se cierra la puerta.
Cada uno en sus cosas, cada uno en sus cosas. Ninguno de los dos volverá a ser el mismo. Ni volverá, de hecho.
Vamos.
Hand me a cigarrette ‘cos I just came
Muy muy bueno. A sus pies. Te dejo que el sábado me toques una nalga.
El suicidio es una mierda, una mierda gótica, para cobardes.
Aunque al principio, hasta que he leído el desenlace, no hacía más que recordarme a una historia (de amor) donde me quedé fuera (por suerte), para que la vida de otros infraseres se siga desgastando a velocidad vertiginosa.
Y a día de hoy, pienso…. que se jodan, y se maten.
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