Me llamo Raúl Ramirez y no tengo identidad.
Mientras camino por el Paseo de Gracia, pienso en Bilbao, en todo lo que quedó atrás el día que ya no había vuelta atrás. Me siento en la cafetería de siempre, junto a la ventana. Café con leche. Y se pone a llover.
Esta ciudad sigue siendo una completa desconocida para mí. Me siento espeso y desorientado, así que dejo que mi cerebro me mueva las manos a su antojo. 30 segundos después un Moleskine desgastado y cedido por meter bolígrafos dentro descansa en la mesa, junto a un mechero Zippo y tabaco de liar. Golden Virginia. Papel Rizla. Me paro a pensar un segundo como soy capaz de sistemáticamente comprar siempre lo mismo de todo, lo que más me gusta, y por otro lado me cuesta tanto saber quién soy en realidad.
Fumo mi tabaco mientras la lluvia se convierte en tormenta y repiquetea contra la ventana. La gente huye despavorida ante el Gran Monstruo del Agua que les hiere al tocarles, por lo visto.
Una mujer entra al establecimiento. Apresurada pero firme, se acerca a mi mesa y se sienta. Tocado de pelo a la antigua, que retiene en un moño detrás de su cabeza su Pelo Más que Negro. Traje entallado verde, aterciopelado. Medias lisas negras. Zapatos estilo años 30. Por un momento tengo el impulso de mirar mis ropajes, no sea que haya viajado en el tiempo y no me haya dado cuenta, pero consigo replimirlo. Todo parece contemporáneo allí, y curiosamente no quiero ofender a esta desconocida.
Ella me mira fíjamente, y descubro con poco esfuerzo que es preciosa. No, no me estoy explicando bien. Tiene una cara equilibrada, y bonita, apenas lleva maquillaje y su aspecto es muy natural. Pero le miro más allá del cerebro, y algo me dice que almacena cantidades ingentes de bondad y sinceridad.
Estando en mis cábalas absurdas lejos de allí, una mano cubierta con un guante negro de aspecto sedoso me tiende un sobre a escasos centímetros de la cara. Imagino que le ha costado hacer ese movimiento, y que al auto obligarse a hacerlo le ha quedado tan violento que el sobre ha quedado demasido cerca de mi rostro. Pero quitar la mano sería una muestra de debilidad, y ella lo sabe, y sabe que yo debo imaginarmelo.
Cojo el sobre y casi oigo su suspiro de alivio. Se levanta y se va sin mirar atrás. La veo desaparecer entre el torrente de lluvia y gente corriendo. Me miro las manos y veo un sobre gris, no demasiado abultado, que está claro que contiene algo, y empiezo a acojonarme sobremanera.
¿Qué es esto?¿Quién es ella?
Y sobre todo… ¿Quién soy yo?
Supongo que… nos seguiremos viendo por aquí.
Esto se pone muy interesante. A ver si puedo pasarme más amenudo.