Verano del 2000.
No sé porqué, cuando pienso en el año 2000, o en el 2001, incluso en el 2002, me parecen algo cercano. Después le resto 10 a mi edad, para calcular cuantos años tenía, y me cago en Dios.
Por aquél entonces, Cambrils, o más bien el sur de Cambrils (que si bien no era el pueblo en sí estaba bajo la misma jurisdicción) era zona de acuerdos cerrados en discotecas de esas a las que se entra bajando escaleras.
Aproximadamente 2 kilómetros a pié de playa de urbanizaciones más o menos agraciadas, minigolfs, ultramarinos, piscinas rebosantes de cloro. Pistas de tenis, parkings descuidados, campings llenos de alemanes. Campings abandonados, estos ya sin alemanes. En cambio sí con jóvenes españoles bebiendo al anochecer. Y caminos de tierra, junto al mar, junto a las playas artificiales creadas volcando en la costa cientos de toneladas de tierra y arena, traídas de la construcción del metro de Valencia, las ampliaciones de línea del tren de Barcelona y de la zona desértica del interior.
El escenario, ya os habréis hecho una idea, era una maravilla para gente con la imaginación despierta. Burdeles a los lados de la carretera nacional rodeados de más burdeles, algunos funcionando, otros abandonados. Hoteles absurdos en lugares absurdos. Gente que se levanta a las 6 de la mañana en vacaciones para plantar la sombrilla en la playa, y después se va a dar una vuelta por la ribera de un río seco que huele a heces.
Me gustaba pensar que ocurrían miles de crímenes en dichos burdeles y disco pubs cutres, así como en las habitaciones de los Night Inn de la nacional, y que todos los cadáveres acababan escondidos entre las cañas de la ribera del río, medio enterrados. Nunca vi ninguno, pero claro, tampoco planté una sombrilla a las 6, y la ribera, sólo la veía desde la carretera que la recorría en uno de sus lados, ya que baja ahí para volver a subir era algo estúpido.
Como todas las familias felices españolas de vacaciones en la Costa Daurada, teníamos un itinerario favorito, y una playa favorita, y unos vecinos favoritos con los que ir, junto con sus hijos, a cenar a nuestro restaurante catalán favorito. Allí sacábamos tablas de embutidos, y… es lo único que me acuerdo. De eso y de los pijamas de postre.
Recuerdo a Inma, y a Raimon. Los hijos de la hermana de la dueña (si no es así, disculpadme). Recuerdo que iban a ir a estudiar a mi mismo colegio, pero en Cambrils, lógicamente. Recuerdo que jugábamos con ellos desde hace años, pero claro. Inma y yo, éramos de la misma edad. Precisamente de la misma edad. Y creciamos a la par. Y ella era una chica. Y yo era un chico.
Sólo que claro, ella iba a ser una mujer impresionante, como demostró años después cuando la vi por casualidad a lo lejos, y yo era un niño gordete y desgarbado, con gafas enormes cubriendo mi cara. Nuestra amistad, como todas las amistades entre hombre y mujer, se vió enrarecida cuando empezamos a segregar hormonas. Nos mirábamos raro, y todo eso. Mi hermana y Raimon, por el contrario, bastante más jóvenes, seguían jugando ajenos a lo que ocurría entre Inma y yo.
Ahora, la verdad es que como colofón me gustaría decir: “Y fue nuestro primer beso, y fue muy bonito y lo recuerdo con cariño”.
Pero no. Nunca nos besamos. Perdimos contacto. No existía internet, no existían los teléfonos móviles. Creo recordar que apunté la dirección de alguna manera, hoy podría conseguirla en pocos minutos si quisiera, al menos la del restaurante. Pero tampoco importaría, porque el restaurante lo cogió otra gente, otra familia, y pasó a ser el favorito de cualquier otro pero no el mío, ni el de nadie de mi alrededor.
Cada verano, las cosas iban cambiando, pero ella siempre surgía en algún punto de mis sueños o pensamientos mientras estaba allí. Proyectaba su cara en la de cualquier chica que tuviera pinta de ser más o menos como ella, y confiaba en la baza de tener algo más de experiencia cada año. Pero nada.
La última vez que la vi, iba en moto por el paseo. Hace años la gente circulaba en moto por el paseo principalmente porque no estaba construído en su totalidad, con lo cual era difícil delimitar lo que era costa virgen (sigh) y paseo marítimo. Raimon iba de paquete. Yo iba andando ensimismado, agitando la arena del suelo a cada paso, unos 10 metros por delante de mis padres y mi hermana. Justo cuando pasaron, levanté la cabeza y la giré a tiempo de ver su perfil a escaso medio metro, y la sonrisa inconfundible de su hermano. Él se giró: me había reconocido. Yo me quedé viendo cómo se alejaban lentamente, e intuí que él le decía algo a ella, ya que se giró sólo un segundo, y volvió a mirar hacia atrás. Yo me quedé boquiabierto, maravillado.
Al menos Cambrils me guiñó un ojo después de todo, más allá de burdeles y demás atrezzo especulatorio.
Raimon e Inma. Espero que tengáis motivos por los que sonreír cada día.
¿Qué te voy a contar de la vida que no sepas ya? Siempre ha habido un Cambrils y una Inma. Los míos no sé dónde andarán ahora, la verdad es que no quiero saberlo. A lo que iba. Todo el mundo tiene la misma historia, sólo que tú te das cuenta de ello y sabes contarlo.
Gracias.
Yo no creo que no quiera saber donde están. Siempre es raro volver. Y aparecer en la vida de las personas gratuítamente. A uno le puede parecer algo precioso, a la otra persona, que un psicópata la está siguiendo.
[Comentario superficial y absurdo on] El nombre Raimon me trae a la cabeza La Salle. Me lo he imaginado todo el tiempo leyendo tu relato[cpmentario superficial off], que es buenísimo.
Muchas gracias, Ukey.