Hace frío, pero no es más que otro de esos sentimientos que se olvidan en cuanto se tiene algo por lo que sonreír. Una simple sonrisa a veces es como un borrador de la verdad, en cuanto la tienes, que le jodan a todo, y que viva tu círculo de forzada felicidad.
A veces es justo al reves.
A veces al contrario, o sea, como ahora.
Desde la punta de la calle, contemplo la abarrotada plaza. Puedo notar el frío en mi nariz. Puedo notar que ya no noto los dedos, y que me duelen un poco los ojos. Los noto hinchados, puede que haya estado llorando. No lo sé. No puedo notar nada a mi espalda, tampoco pienso girarme.
Doy el primer paso, y no consigo imprimir mayor velocidad a mis movimientos que la cámara lenta, cuestión que parece propagarse como un viento gélido por todo el lugar, ralentizando la preciosa estampa navideña.
Mi gabardina gris oscura queda suspendida a unos centímetros detrás de mí, debido a la peculiaridad de la forma en la que tengo que moverme. Porque realmente, no parece que vaya poder hacer esto a mayor velocidad. Sería como desaprovechar la oportunidad, que se me antoja como muy esperada, aunque no puedo saberlo con exactitud.
Me arrojo a la marea de humeantes seres humanos que se dibuja y desdibuja a cada centímetro que me muevo, en complejas oleadas algorítmicas basadas en la simple reutilización de espacio vital.
Un padre mira a sus hijos, mientras los empuja con cariño desde la nuca para que no se rezaguen. Un pobre hombre toca el acordeón en una esquina. Una novia observa horrorizada como al amor de su vida le rotan los ojos quedando completamente en blanco, y cae al suelo de rodillas mientras le sangran los oídos.
Comienzan los gritos, y el caos. Nadie sabe qué hacer exactamente. La primera reacción es el miedo. La segunda el rechazo. La tercera la angustia. La cuarta el llanto. La quinta nunca llega porque tus globos oculares se voltean.
O bueno, llega, pero en forma de insufrible dolor en las sienes. Qué es lo que lo causa no está muy claro. Qué es lo que se siente, se desconoce, pero se asume que es bastante desagradable.
Básicamente porque mueres, al final.
En este escenario dantesco avanzo como levitando, mientras mis ropas ondean y mis cabellos se agitan, y se me escapa una lágrima porque no entiendo gran cosa, y no puedo dejar de andar hasta el otro lado, mientras todo el mundo grita y hunde sus sonrisas en la más absoluta inexistencia.
El ruido de los cuerpos se sucede a medida que los gritos de horror y pánico se extinguen. Seguidos de más rodillas chasqueando al caer contra la piedra.
Todo está borroso ahora, y en silencio.
-Vaya sueño.
-Ya lo creo. Parecía tan… real…
-Bueno… lo que tiene que pensar ahora, es que eso no es lo más importante, ¿De acuerdo?
-Sí, sí, por supuesto…
-Buena chica. Tan sólo ha sido un mal sueño.
-Tan sólo un mal sueño… Por supuesto.