-A nadie le gusta perder el tiempo.
-El tiempo, uah, qué abstracto, qué profundo…
-Qué gilipollas.
-Perdón, ya paro.
-Como te decía, nadie quiere malgastar su tiempo. Aunque últimamente más bien estoy viendo que es una medida de autoprotección. Algo del estilo de “mira, majo, tengo otras 50 000 cosas que hacer, así que espabila, o jódete”. Realmente tu vida es una puta mierda si no es por esos momentos de miseria, pero qué más da, si no haces creer a los demás que tu vida es la ostia, no lo será.
-Curiosa perspectiva. ¿Eres anormal?
-Jódete, jódete, jódete.
-A ver, que te lo digo a buenas.
-Ah vale, entonces bien. Puedes echarme el humo a la cara también, pero eh, a buenas. Si no, paso.
-Céntrate. El “tiempo” que has perdido. Por nada. Y para al final, nadie. La gente te mira raro si les olvidas, y lo mismo si no puedes olvidarles. Hemos llegado a un punto que ni Dios fué capaz de prever. Vamos a ponerle un nombre, venga, que estas cosas molan mucho.
-Te sigo. “¿Permanencia fantasma?”.
-Me gusta, me gusta. Pero cúrratelo un poco más.
-“¿Observativismo social?”.
-Magnífico.
-Gracias.
-A la gente en realidad ya no le importa que no les hables, ni al revés. En el mundo de la información inmediata, lo que queremos es no ser excluídos de “algo”, lo que sea, aunque ya no tomemos parte en ello, o aunque no nos interese lo más mínimo. Son meros observadores que sólo actuan en cuanto les afecta directamente. Además con relativa dureza.
-Vale. Ya sabes lo que tienes que cambiar.
-Sí.