_Maldición!

Lo peor de todo aquello no era la impertinencia. Las salidas de tono. El miedo hecho dedo índice, y este a su vez Inquisición.

Lo peor era el cansancio.

Pensaba que si al menos tuviera un poco de tiempo, un rato en el que no tener que comunicarme con nadie, entonces podría descansar. A veces no hace falta ni dormir, basta un rato de burbuja. Y eso que, bueno, no me gustan las burbujas, pero aquella vez, era eso o perder por completo la cabeza.

A muchas personas les da por llorar al teléfono, yo simplemente trabajo a duras penas y me paro de cuando en cuando para escribir o beber más café. En definitiva, que se hacía necesario un rato privado, sin nadie golpeando la puerta o gritando por casa, sin nadie teniendo 12 años, sin nadie así. Pero no era posible.

Nos decían que era sólo un mes y que había que apurarlo hasta el final. Veo como de repente soy un jodido abuelo cascarrabias que no deja de dar indicaciones y toques de precaución. Qué pesado. Pero después de todo, soy el mayor. Quién iba a hacerlo si no. Cada uno tiene su rol, el mío es aguantar estoicamente la mierda y las gilipolleces, sin posibilidad de cometer el más mínimo error.

Él me lo explicaba con gracia, porque desde luego, eso es lo único que nos queda: reír. Y no distaba mucho de lo que yo mismo había podido dilucidar para mis adentros, aunque eso tampoco era ninguna sorpresa. ¿Cómo decirlo? Ni siquiera conocemos lo que tenemos delante de las narices, qué fácil es confundir la broma con el hartazgo y dejar que cualquiera que pase por allí con cara de pocos amigos se coma la mierda por los demás. Fácil y sobre todo cómodo, ya que la unidad del grupo no se rompe si a quien se excluye es el individuo diferenciado.

Por el que nadie va a levantar la voz, ni a sacarle la cara. ¿Qué os parece?

Admiro a los intrusos, a los espías, a los infiltrados que son capaces de aguantar el tipo. Yo me confío enseguida, bajo la guardia y después tengo que darme la razón a mí mismo, pero uno no siempre llega con la mano a darse palmadas en la espalda. Ni tiene el cuerpo para ello a diario.

Ella me decía: No habrá visto nada más. Sinceramente, soy demasiado viejo como para no darme cuenta de que algo rasca, jode, pero demasiado joven como para mirar a todos por encima del hombro. Los prejuicios sólo me han traído disgustos en la vida, aunque el acto de confianza que es en sí el asumir cierta… disciplina en una persona, tampoco me ha colmado de gloria. Pocos se libran. Pocos. Quizá yo tampoco esté en sus listas de hecho. Pero en fin, ¿cómo decirlo? pese a que escriba esto ahora, cualquier cosa que pueda hacerme alguien con sus palabras sólo deriva en magulladuras.

Quiero decir que a nadie le gustan las tonterías. Pero, como dice un cantante al que ya no escucho como antes, “si te paras a pensar de donde vienen, es sencillamente lamentable”.

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