Reflejada en la clara agua del río, la frente de Yaali parece mucho más grande de lo que es en realidad. En verdad no, en verdad su tamaño varía a merced de las ondas creadas por los insignificantes cambios en el flujo del agua, y por los cantos rodados del fondo.
La orilla también está cubierta por cantos rodados. En la época de lluvias, también el lugar en el que se encuentra ahora está cubierto por completo por la espumosa corriente de agua de la montaña. Pero ahora, en otoño, no ha llovido aún lo suficiente como para apreciar realmente la diferencia.
Acuclillada contempla absorta su cambiante rostro. En la pantalla acuática de no más de 15 centímetros de profundidad que pasa rauda ante ella, se ve como una actriz incomprendida. Se ve a sí misma, si, pero no acaba de entender lo que ve por completo. Nota que está pasando algo por alto, una insignificancia que probablemente determine el resto del conjunto. Pero no consigue verlo. Mira, mira, hasta que se le desenfoca la vista y no tiene más remedio que parpadear y despertar de su absorción solitaria.
Levanta la cabeza. Árboles centenarios custodian la otra orilla del río, literalmente colgando sobre el cauce, incluso acariciando la corriente con sus ramas más largas, como quien disfruta del movimiento de una barca que navega por un mar tranquilo. Con la mano colgando por la borda, y probablemente muchas cosas bonitas en la cabeza.
Pero Yaali duda que los árboles puedan pensar en cosas bonitas. Es más, ya olvidó todo lo que su abuelo le explicó de pequeña, sobre los árboles que hablaban a las personas y les transmitían su sabiduría centenaria, como un legado familiar, que no siempre era bueno, pero al fin y al cabo, era conocimiento. Y si no lo olvidó, no se cree una mierda de todo eso. Porque está cansada, realmente cansada.
No entiende.
Su inocencia la perdió hace ya tiempo, y probablemente esté ya en el ancho mar, arrastrada irremediablemente por el río.
No entiende porqué no es ella la que más deba disfrutar de su vida. No entiende porqué no puede hacer lo que crea conveniente dentro de su supuesta libertad. No lo entiende, y le duele. Le duele pensar que en esta Vida, ni siquiera vaya a ser consciente de su propia Muerte hasta que esté demasiado cerca.
Con determinación, saca la navaja de su abuelo. Sumerge un brazo en el agua. Hiende la hoja en la carne, medio centímetro. Un amago de color rojo brota a los lados del acero. Y desliza la cuchilla hasta la mitad del antebrazo. Y observa. Observa su vida, y le dice adiós. Mientras un olor a cobre impregna cada canto rodado del río. Mientras dos lagrimones salados despiertan en sus ojos y concluyen en la comisura de una sonrisa repentina. Porque por fin, ha retomado el control.
Y se despide. Se despide de su Vida. Y al menos sabe, que es Ella despidiendose de Su Vida. E inclinándose ante su Muerte.
Y no de cualquier otra forma.
Estate tranquilo, si el blog enlaza te avisa de que enlazan las entradas nuevas… es casi como un feed xD 😉
Saludete
Te escribo para que no puedas decirme de nuevo lo de: no escribo a no ser que me escriban.
P.D.: No he leído lo que has escrito.
Owned para ti, querido marido. ¡Jis jis jis!
Por qué la protagonista es femenina?
Por qué escribes acerca del suicidio de manera tan tribal?
Todo lo descrito me recuerda a la muerte de Ofelia, solo que ella simplemente se ahogó.
“This is your captain speaking- Part 2”